DE ELECTIVO REALIDAD NACIONAL N1
TEXTOS SOBRE CULTURA JUVENIL Y MEDIOS
ADAPTADO DE "CULTURA JUVENIL Y MEDIOS" - RAMIRO NAVARRO KURI
TEMA: CONSUMO CULTURAL JUVENIL (EN MEXICO)
Mas el hombre mismo tiene una irreductible propensión
a dejarse engañar y está como traspasado de una dicha inefable cuando el
rapsoda le narra cuentos épicos como si se tratase de hechos reales, o el actor
en escena representa al rey aún más rey de lo que lo muestra la realidad.
Nietzsche
TEXTO 1.- ¿Un programa de vida para los jóvenes?
Los medios han sido vistos como una invasión, cuya
identificación con los discursos legitimadores de poder y su pretensión de
igualarlo todo, generan una fuerte confusión social en el seno mismo del
espacio cultural. 95
De la misma
forma en que su omnipresencia invade la intimidad cotidiana, de esa misma
manera ha generado un extrañamiento vital.
En el análisis de los medios en México, algunos
autores (sobre todo en la década pasada) tienen la fuerte sospecha de que se
trata de una velada vinculación servil a los cotos de poder. En este sentido,
consideran que los medios (particularmente la televisión comercial) han asumido
el papel de rectores sociales, dictando la pauta de las producciones
culturales, los usos y postulando un modelo genérico de identidad.
“La cultura juvenil corre paralela al discurso de los medios”. 96 Son éstos un
espejo mágico con el que la juventud se identifica o se repudia. En este
sentido es obvio que los medios sólo ven en los jóvenes a consumidores. En
particular la televisión no solamente propone el consumo sino, el estereotipo
del consumidor: moldea y configura su propia retroalimentación.97
Frente a este narcisismo juvenil -identificado con las clases medias y que se
presenta como un entorno cultural ficticio-, aparece un sector de la población
juvenil, fundamentalmente el de las clases bajas y de los barrios marginales,
que sólo ve con recelo y repudio el modelo de vida presentada por los medios y
que resulta inalcanzable y excluyente para ellos. De cualquier manera los
medios, en cierta complicidad con las políticas gubernamentales, han generado
una imagen ficticia de cultura y de vida cotidiana, hasta hacerse vigente en el
modo de vida de las nuevas generaciones.
La vida cotidiana invade los ámbitos artísticos con el
arte pop y las posiciones consumistas sustituyen a las visiones críticas de la
sociedad. La contracultura de los sesenta “fue una extensión del hedonismo de
la década de 1950 y una democratización del libertinaje al que ya habían
llegado mucho antes algunos sectores de las clases altas avanzadas... los
extremos psicológicos —en la sexualidad, el nudismo, las perversiones, la
marihuana y el rock y la contra-cultura— siguieron al hedonismo forzado del
decenio de 1950.
98 Los medios, como voz omnipresente, se autodenominan
opinión pública. Ellos son la voz de la comunidad, su representatividad y su
designio. Con este doble juego, los medios no producen cultura, sólo publicitan
una forma de vida cotidiana que no se retroalimenta de la sociedad que los
consume. Gradualmente los medios postulan una condición ideal donde todo está
conformado por consumidores, sin tomar en cuenta al consumidor mismo.
Paradójicamente el joven, considerado como el consumidor prototipo, carece de
un lugar comunicativo dentro de los propios medios. El sometimiento ante la
información sólo tendrá una validación: la eficacia. En consecuencia, los
medios han sido proclives a convertir la identidad juvenil en una categoría de
consumo y no en una propuesta generativa de cultura. 99
TEXTO 2.- De las
vicisitudes del consumo
Hoy, la oferta sin fronteras de los bienes de consumo
ya no permite que la identidad se reduzca a las condiciones comunitarias o
regionales de la cultura. La globalización es en primer lugar consumo.100
En este sentido, la preferencia por éste o aquél
producto trasciende las connotaciones regionales.
Si el consumo marca la pauta de la relacionalidad
contemporánea, si mi preferencia por tal o cual producto se establece no ya a
partir de las restricciones regionales, se debe, no simplemente a que haya una
mayor disposición de bienes foráneos, sino a una creciente incorporación de lo
que representan significativamente dichos productos.
Si la identidad necesita revestirse de las
producciones culturales, entonces, advierte García
Canclini, al modificarse el consumo se modifica
necesariamente la producción. En consecuencia, la identidad, como acto de apropiación
simbólica, deja de centrarse en las condiciones regionales para situarse en la
misma dimensión del consumo.
Dadas estas transformaciones, la tendencia
contemporánea muestra un claro cambio en los procesos identificatorios: de su
configuración a partir de la nación-estado, a la identificación a través del
consumo. Los cambios operados actúan no solamente en un ámbito “privado”, sino
que el orden social mismo se modifica y se establece así una nueva relación
entre el Estado y los ciudadanos:
... ser ciudadano no tiene que ver sólo con los
derechos reconocidos por los aparatos estatales a quienes nacieron en un
territorio, sino también con las
prácticas sociales y culturales que dan sentido de pertenencia y hacen sentir
diferentes a quienes poseen una misma lengua, semejantes formas deorganizarse y
satisfacer sus necesidades.101
La reformulación de los derechos de los ciudadanos en
función de una “práctica social” implica ya una condición de reciprocidad:
éstos se modifican en retroalimentación con la vida social. Los derechos deben
ser concebidos ya no sólo como “el orden estatal, sino como una «gramática
civil»” 102
Las instituciones político-jurídicas no son ya ese
referente de la vida social, la participación ciudadana y su representatividad
recurren cada vez más a escenarios que en otro tiempo hubieran sido
considerados como estrictamente privados. De hecho, la sola consideración
de la “opinión pública” permite ver la
instauración de un poder paralelo al ámbito de influencia del Estado.
¿Dónde se sitúa
ahora la relación entre lo público y lo privado?
Desilusionados de las burocracias estatales,
partidarias y sindicales, los públicos acuden a la radio y la televisión para
lograr lo que las instituciones ciudadanas no proporcionan: servicios, justicia,
reparaciones o simple atención. 103
Es evidente que los medios de comunicación han
propiciado estas transformaciones culturales. Lo interesante es que durante
todo este tiempo, no hayamos considerado a los propios medios como una
producción cultural. En el proceso de incorporación cultural de los medios, se
ha pasado de un simple instrumento de complicidad con el poder para llegar a
situarse como un foro de participación. Por eso García Canclini insiste en la
necesidad de reconocernos como consumidores, para recuperarnos como ciudadanos.
Ciertamente, el acceso a las nuevas tecnologías tiene siempre un cariz elitista, pero
gradualmente la transferencia tecnológica y la obsolescencia de las máquinas va
permitiendo que el grueso de la población disponga de ellas. Tal es el caso de
la telefonía, los aparatos de radio y televisión, las videocaseteras, fono grabadoras,
etcétera, cuyo consumo en los países no productores de esas tecnologías puede
evidenciarse por un mayor porcentaje de hogares con estos aparatos que en los
países “desarrollados”.
La aparición de estos productos genera siempre
extrañamiento a los consumidores, pero con el paso de las generaciones, esos
aparatos se cotidianizan y su presencia se hace tan necesaria que las
sociedades ya no pueden imaginarse vivir de otra manera. Incluso, nuevas producciones
culturales dependen totalmente de estas tecnologías, como la industria del
entretenimiento (el rock de los instrumentos eléctricos y los altavoces, el
cine, el video, etcétera).
Así, pues, el consumo no se realiza de manera
indiscriminada, sino que hay un proceso selectivo de su incorporación al
entorno cultural (pensando, eligiendo y reelaborando). De alguna manera, en el
proceso de asimilación cultural, hemos pasado de una etapa de extrañamiento (y
de unilateralidad publicitaria) a un momento en que el consumo se convierte en
la regla del juego social, gestando nuevas formas identificatorias y participativas.
...debemos preguntarnos si al consumir no estamos
haciendo algo que sustenta, nutre y hasta cierto punto constituye un nuevo modo
de ser ciudadanos. 104
Los medios de comunicación y el consumo inauguran una
nueva relación de espacio y tiempo (simultaneidad espacio-temporal), en la que
el referente ya no es la estructura social estática (familia, barrio-ciudad y
nación), sino una verdadera telaraña de relaciones y vínculos grupales que ya
no caben en los límites de la connotación regional.
Estamos tratando de superar la preocupación metafísica
por la “pérdida de identidad” que, atrapadacasi siempre en una visión
fundamentalista de las culturas étnicas y nacionales, es incapaz de discernir
los diversos efectos de la globalización.105
En el proceso de globalización, frente al Estado y sus
instituciones ya no se enuncia al pueblo como referente de la colectividad,
sino una multitud heterogénea de grupos o sectores sociales que requieren de
una nueva forma de ejercer su ciudadanía.
La identidad pasa a ser concebida como el “punto focal
de un repertorio estallado de mini-roles más que como el núcleo de una
hipotética interioridad contenida y definida por la familia, el barrio, la ciudad,
la nación o cualquiera de esos encuadres declinantes.106
El consumo, entonces, no es algo accidental y externo
a la cultura, sino que a través de él “se construye parte de la racionalidad
integrativa y comunicativa de una sociedad”. 107
Sabemos que el consumo modifica las representaciones
que nos hacemos de eso que llamamos “vivir bien” y que los sociólogos llaman
“calidad de vida”. Con la globalización y sus consecuentes modificaciones en el
consumo, la calidad de vida no se puede medir
ya por el rasero de una “canasta básica”, sino por expectativas
sociales. En consecuencia, para René Millán 108 el consumo no se establece por
la determinación de lo necesario, sino por la incorporación cultural de esos
bienes. En este sentido, los actos de consumo no obedecen actualmente a una
tipificación de clase, sino a la identificación social que se establece de
acuerdo a las expectativas simbolizadas.
Contrariamente a ideas comunes -y apresuradas que la
identifican con “estados cuantitativos”, la calidad de la vida se expresa de
manera contemporánea como noción cultural y demanda.
109En cierta manera, el trabajo de Millán permite
concluir que el reconocimiento de lo necesario es una designación cultural que,
más allá de la supervivencia, se mueve de acuerdo a los procesos de
simbolización. Así, pues, el consumo, en cualquiera de sus niveles y
condiciones, se realiza a partir de la valoración cultural, generando de este
modo una relación tensional entre las expectativas de vida y la oferta de
productos. Lo cual también nos hace pensar que los modelos de consumo
propuestos por los medios no son asumidos con obediencia pasiva, sino que su
incorporación estará en concordancia con el reclamo valoracional del público.
En consecuencia, y si se me permite esta inferencia, esto es legítimamente
aplicable a los jóvenes, pues si reconocemos la existencia de una cultura
juvenil, tendremos que aceptar también que su conducta no puede reducirse a la
condición de un “autómata consumista”.
Por su parte, Valenzuela Arce hace una revisión de las
discusiones que ha suscitado la implementación del Tratado de Libre Comercio de
Norteamérica en el plano de la identidad y cultura nacionales. Estas posturas
van, según Valenzuela, desde el catastrofismo que presagia la aniquilación
total de nuestra identidad, al optimismo iluso que ve, en nuestros hábitos
culturales, un bastión incólume e impermeable a “los embates de la
globalización”, del consumo y los estilos de vida foráneos”. 110Sin embargo,
advierte Valenzuela, esta problemática exige hacer una revalorización del
“papel de los actores sociales” y aclarar la
intervención de los factores económicos y de consumo en el reacomodo simbólico
de la cultura y, por ende, en la práctica cotidiana. Así pues, con un marco
teórico claramente interpretativo,
señala que la sociedad contemporánea experimenta cambios significativos en su
reordenamiento e identificación, la cual atraviesa simultáneamente los
diferentes escenarios de la vida cotidiana (de la familia, el barrio y el
trabajo, a la constitución de
agrupamientos vinculados con proyectos o quehaceres):
El mundo presenta importantes transformaciones en lo
referente a las lealtades y las adscripciones a través de las cuales los grupos
se identifican y son reconocidos. [...] Estos son algunos elementos a través de
los cuales se han venido transformando las percepciones culturales ancladas en
los procesos profundos, para integrarse en redes de significado mundiales que
son los puntos de contrastación entre el
yo y las prácticas cotidianas, frente a la información y los
conocimientos genéricos que constituyen los referentes fundamentales de
globalización del modernismo como ambiente sociocultural.111
De hecho, la frontera norte ha sido un laboratorio in
situ que nos permite visualizar lo que ocurre en un escenario abierto de
intercambio cultural. Esta experiencia, dice Valenzuela, nos ayuda a concluir
que “los procesos culturales no necesariamente coinciden con los procesos de globalización”,
pues la instrumentación de los proyectos de modernización en México conserva
todavía una enorme disparidad con respecto al modelo de los países
desarrollados. Este “déficit” social se presenta al mismo tiempo como un
mecanismo de autorregulación frente a la tendencia globalizante, pues en “los
sectores pobres del país” el impacto del proyecto nacional es mayor que la
oferta de productos de consumo provenientes del extranjero. Lo mismo ocurre con
los medios de comunicación masiva, cuyo margen de influencia se confronta con
las condiciones sociocultural s, ya que su “mensaje” no alcanza a romper el
“principio de realidad” del público al que se dirige.
En efecto, uno de los argumentos recurrentes para
probar la supuesta menor identidad de la población fronteriza del norte del
país es su exposición a los medios de comunicación estadounidenses; sin embargo,
los pocos trabajos de investigación que en este campo se han desarrollado
desaprueban esta visión lineal sobre la relación entre el medio y el público.
112
Paradójicamente, es en el rubro de los medios de
comunicación (aspecto en el que se ha manifestado un mayor temor por su
continua infiltración ideológica) donde América Latina muestra un asombroso
desarrollo y crecimiento. Si bien es cierto que su programación transmite hasta
en un
90% los programas estadounidenses (la televisión por
cable), también es cierto que en sus producciones incorporan importantes
elementos de la simbolización cotidiana regional. Tal es el caso de las telenovelas
que, guardando “vínculos con la cultura oral”, muestran como el “imaginario
latinoamericano se recrea” a través de ellas.
Los gustos y las preferencias de la población, en sus
múltiples y diversos sectores, establecen una condición de reciprocidad o de
“interactividad” con los medios. En consecuencia, la idea de que la acción de
los medios sobre el público es lineal parece ser inapropiada y errónea.
La experiencia de la frontera norte de México indica
que no es adecuado pensar que el mero acceso a productos provenientes de los
Estados Unidos, o la exposición a las emisiones de los medios estadounidenses y
la acción de las industrias culturales derivan automáticamente en una
transformación de las identidades culturales. Seguramente, los grupos sociales
tratarán de aprovechar muchos de los productos que se les ofrezcan; sin
embargo, este consumo de productos se insertará en redes de sentido simbólico
según sus propias matrices culturales. 113
Tras el análisis de estos tres autores (García
Canclini, Valenzuela Arce y Millán), resulta interesante advertir cómo ha
habido un giro notable con respecto a la comprensión de los fenómenos de
interacción cultural. La apologética defensa de la identidad puede ser tan
sospechosa e ideológica como el universalismo cultural. En este sentido, el
resguardar la identidad contra toda infiltración extranjera, puede ser tan
absurdo como seguir realizando campañas para promover la “pureza del lenguaje”.
Sin embargo, y no sin tener razones, el tema de “la
identidad amenazada” todavía causa fuerte preocupación a otros autores. Tal es
el caso de Francisco Salazar, 114 quien advierte, como un peligro cada vez
mayor, que la industria cultural y los medios de comunicación induzcan a las
nuevas generaciones a someterse a las condiciones de un consumismo
indiscriminado y a estilos de vida por completo ajenos a su entorno
sociocultural.
Salazar ve las condiciones actuales como la
consolidación de un sistema de dominio que se legitima a través del cínico
discurso de los medios de comunicación masiva, en particular la televisión. La
cultura de masas se centra fundamentalmente en ella y, por tanto, se constituye
como el principal parámetro de los hábitos de consumo.
Preocupado por los efectos de la televisión comercial
sobre la cultura, el autor considera que en nuestro país, Televisa pone en evidencia la condición
extrema del consumismo, pues sin importar la calidad de los productos
culturales (cantantes “estrellas”, telenovelas, noticieros, conductores de
programas, etcétera), los transforma en modelo de vida y paradigma de consumo,
propiciando “una verdadera revolución cultural”. 115
Con una concepción un tanto paternalista, Salazar
considera que este artificio mercantilista de los medios ha ido moldeando “la
mentalidad mexicana”, conformando los estilos de vida desacuerdo a los
beneficios e intereses de aquellos que promueven un consumo indiscriminado.
Esta
“mentalización” tiene mayor incidencia en las nuevas
generaciones, es decir, en aquellas que descubren el mundo a través de la televisión
y que, al parecer, no tienen otra opción que obedecer sus mandatos:
Esta revolución cultural televisiva, incide
directamente en la configuración de un modelo permeado por la juventud
secularizada, bilingüe, triunfadora, alegre, rubia o castaña, proteinizada,
como si se tratara de la segunda generación de norteamericanos nacidos en
México. 1 1 6
Así, pues, identificando la modernización con el modo
de vida estadounidense, Salazar afirma que se ha generado una actitud
“esquizofrénica” en nuestra sociedad, pues el discurso televisivo pretende (por
vía de la “repetic ión obsesiva” y bajo el disfraz de las imágenes de la
“cultura nacional”) la identificación con la sociedad estadounidense,
incidiendo de modo directo en las expectativas de vida y en los hábitos de
consumo. Con esta violencia cultural y unilateral, se trastoca todo el
horizonte valoracional del “público”, produciendo así el extravío cultural.
Toda esta estrategia se dirige fundamentalmente a los jóvenes quienes,
moldeados ya completamente por Televisa, son el engranaje seguro y confiable
para el éxito mercadotécnico. Así pues, toda la maquinaria de la industria
cultural, con estereotipos de conducción controlable, se dirige a la
manipulación y al falseamiento de la realidad, a la producción “en serie” del
consumidor perfecto, al hombre hecho a imagen y semejanza de la “tele”:
-Se instaura en definitiva la cultura juvenil, con el
surgimiento de grupos musicales (“Menudo”,
“Timbiriche”, etcétera), de ídolos de la canción (Luis
Miguel, Alejandra Guzmán, etcétera), de agrupaciones de “fans”, de niños que
asisten a conciertos de “rock”, de programas específicos (“Los
Cachunes”), en y para la juventud mexicana. Es
aleccionadora la declaración de uno de los principales productores de Televisa
(creador de Timbiriche, Microchips, y productor de los Cachunes entre otros),
cuando señala que “tenemos que crear estrellas, crear figuras”, pues los
“jóvenes necesitan modelos que imitar”, además de que “la nueva música habla de
los problemas reales, y ha sido el más auténtico movimiento juvenil en 20 años.
La música es el mejor vehículo para que ellos se expresen”. Modelojuvenil
ideal, que poco tiene que ver con los numerosos y acuciantes problemas de la juventud
capitalina. 117
Es ésa también la preocupación central del texto de
Mier y Piccini: la televisión hace su a parición en el territorio de los tiempos libres, invade
la vida cotidiana (la lectura, la caminata, la conversación, los encuentros
fortuitos, etcétera) y de ahí se disemina a casi todos los ámbitos de la vida.
Como una nueva dimensión, el “ritual de la televisión” es un trastocamiento del
escenario familiar, un “hiperrealismo” de los “hechos de la vida”, es “el otro
lado del mundo” incorporado a la intimidad, es la normalización de la violencia.
Al organizar la vida, organiza las actividades y las relaciones. Alimentada
vorazmente de los acontecimientos (noticia, moda, fama, etcétera), reduce la
cultura a una industria de lo efímero. 118
La televisión como el referente del “saber”, regula la
percepción de los “real” a través de la determinación de lo “visible” y lo”
invisible”. Al “homogeneizar la mirada”, homogeniza también la identidad.
A partir de la diferencia cualitativa entre estos
polos -perceptibilidad y evidencia, la naturaleza de las mediaciones que el
dispositivo de la televisión hace intervenir constituyen su armazón narrativo fundamental
y, en particular, en el caso de la televisión dirigida institucionalmente a los
jóvenes: la llamada “barra juvenil”. El privilegio se basa en que la gestión
del estigma es, sensiblemente, la gestión de la identidad.119
«NACIONALISMO Y AMERICANIZACIÓN: “¡VIVA MÉXICO, MOTHERFUCKERS!”». Quizá esta sola frase
condense todo lo que Carlos Monsiváis piensa y vive alrededor de lo que ocurre
con el consumo cultural en México, durante las últimas tres décadas.
Libre de los rodeos académicos, Monsiváis sigue la vía
libre del ensayo, la narración y la asociación libre. A través de una mezcla de
crónica y reflexión breve (“instantáneas”, como él las llama), presenta con
ironía las vicisitudes de nuestra cultura durante la década pasada.
En México, el nacionalismo es gubernamental. El Estado
es el celoso guardián de los símbolos culturales. Frente al monopolio de la
cultura oficial, la industria -hija del proyecto
Pos rrevolucionario de modernización— se convertirá en
un espacio paralelo donde se pondrá en juego la cultura popular:
Y del nacionalismo popular se hacen cargo el cine, la
radio, la industria del disco, el teatro frívolo y, a partir de los años
cincuenta, la televisión. Es un nacionalismo sentimental, la Mexicanidad como nostalgia y arraigo
familiar, la forja de un idioma común, la oportunidad de elegir emociones y predilecciones
ante la falta de alternativas.120
En la industria cultural la mexicanidad, más que una reflexión sobre la
identidad nacional, se presentará como “un estado de ánimo” frente a la
fascinación del sueño americano. A pesar de la inicial resistencia, la
americanización seduce porque en última instancia se trata de acceder a una
“vida cómoda”. Los aparatos, el relajamiento de la
formalidad social y las relaciones familiares, la comodidad en el vestir, el
prescindir del nihil obstat en los usos
públicos del lenguaje y el cuerpo, etcétera, se presentan como las conquistas
legítimas de la vida moderna.
... el ascenso irresistible de la “americanización”,
que abarca a la burguesía y a las clases populares, se basa en el casi dogma de
la psicología social y la industria: si el sentido de lo contemporáneo se deciden
los Estados Unidos, un latinoamericano que se pregunta “¿Qué tan contemporáneo
soy?”, en rigor se pregunta “¿Qué tan cerca o qué tan lejos estoy del modelo
norteamericano?” 121
La televisión pondera un nacionalismo reducido a
folklore, sin sospecha política y obscenidad verbal o corpórea. Pero en el
estilo de vida que pondera su programación, va implícita la liberalización de
la conducta y los usos morales. Con la presentación de una “mexicanidad del
tiempo libre”, despolitizada y sin compromiso social, se prepara el escenario
para la cultura reducida a espectáculo, al encanto voyeurista: “la primera
generación de jóvenes norteamericanos nacidos en México”, ésos que están hechos
en y para el exhibicionismo televisivo:
Aquí están las jóvenes de cualquier trío de moda, o
las aspirantes a solistas. Son la vanguardia de la
Alegría de la Edad, el Relajo Sano, la Audacia Verbal
Permitida, el Desmadre que ya es una más de las
Buenas Costumbres. Son veinteañeras, joviales,
simpáticas a la manera de su clase social, dinámica(sin esa palabra no se les
reconocería), ágiles como estudiantes de ballet o tenistas amateurs, poseedoras
del levísimo acento multilingüe que delata la dificultad de saber en qué idioma
se está hablando, tan maliciosas que exhiben su inocencia, tan inocentes que
disfrutan su malicia. [...]O tempora. O mores. Los niños de las colonias pudientes abandonan el magno
silencio de sus VRS y sus computadoras, y emprenden el viaje de la admiración.
Ya son infantiles y pueriles de otro modo, conocen al detalle la vida
libidinosa de las abejas, y han vivido frente y al lado de la tele con plena
conciencia de su destino ideal: se desempeñan en la vida como si animaran un
programa el día entero, sueltan frases chistosas destinadas a galvanizar el
auditorio, no se queden congeladotes, aplaudan, transmiten su simpatía de costa
a costa, liquidan de un golpe las distancias con sus hermanos mayores, se
apoderan desde la infancia de recursos antes sólo privativos de la juventud.122
TEXTO El “espejo electrónico”
La televisión y el video han hecho pensar a los
estudiosos que actualmente nos enfrentamos a un fenómeno nuevo: la “cultura
voyeur”, es decir, la cultura como entretenimiento y como terapia ocupacional.
Este voyerismo se advierte en la generalizada exaltación de lo joven como
modelo de vida, como la plenitud “para ser vista”(belleza, salud, gracia..)
Para el (la) joven “estrella”, la televisión es el narcisismo en el paraíso.
123 Nace así, una nueva obsesión: la idolatría del
micrófono.
En la “barra juvenil”, la televisión presenta un itinerario
de vida que pretende lograr la síntesis entre el hedonismo y el ascetismo
monacal (cuidar el cuerpo para tener acceso a todos los placeres). Convertido
en el nuevo héroe del “éxito” y la “audacia”, el joven se convierte en el
protagonista de todas las series de “acción”. Por otro lado, la cultura juvenil
se traslada al escenario de lo intrascendente, la vida del joven es presentada
como la “crónica de una trivialización anunciada”: las tragedias adolescentes
oscilan entre el acné y la incomprensión de sus padres.
Es cierto que en ese “mundo de la tele” las cosas se
han dado así. Pero también es cierto que un joven se sentiría ofendido si lo
caracterizamos de ese modo. Parece que este binomio juventud televisión
requiere de nuevos enfoques que nos permitan ahondar más profundamente sobre lo
que implica esta nueva forma de consumo cultural.
Que las nuevas generaciones han quedado marcadas por
los medios de comunicación masiva, eso parece ser ya incluso una obviedad. Pero
lo que se ha podido observar a lo largo del tiempo, es que tampoco en ellos hay
una respuesta a la manera del estímulo/reflejo. El estudio realizado por
Guadalupe Chávez muestra cómo los jóvenes tienen una
forma “en principio sincrética” de incorporar las diversas manifestaciones culturales.
Por ejemplo, tienen el mismo gusto por las “películas mexicanas” que por los
programas musicales, y podría decirse que están por encima de los programas
provenientes de Estados Unidos. 124
Toda incorporación tecnológica, dice Mosiváis es
también ideológica. Pero debemos reconocer que los procesos culturales son
también procesos de “digestión”, en el que los nuevos productos se
cotidianizan, se resignifican y se incorporan al universo simbólico con el que
se vive.
Si en un principio
a esto se le llama “sincretismo” (aunque es cuestionable este término),
éste puede ser bien aplicado a los medios masivos, pues su carácter de
simultaneidad ha generado la construcción de nuevas identidades, a partir de la
presencia de múltiples espacios y
tiempos culturales.
De cualquier manera, después del análisis de esta
bibliografía, se hace patente que la televisión es el medio de comunicación
masiva más vinculado a la vida juvenil. Como en un proceso simbiótico,
televisión y juventud parecen encontrarse mutuamente en el laberinto de
imágenes, reflejándose la una en la otra, hasta perderse en un juego de
asimilaciones y proyecciones. La televisión se alimenta (tanto en la imagen
como en el consumo) de la vida juvenil, mientras los jóvenes se encuentran y se
reinventan en el discurso televisivo. En esta mutua invasión complaciente, cabe
la pregunta, ¿es la televisión un espacio ganado o perdido para los jóvenes?
La juventud vio su cuerpo convertido en efigie, en
cuerpo tributario y divinidad objeto de tributo, su cuerpo se exhibió como la
superficie donde se oficia la adivinación. Su historia y su destino se hicieron
primero legibles, después cíclicos, para terminar como la reminiscencia
contemporánea del augurio, de la certidumbre, de la transparencia.125
Ciertamente, al reunir en una sola expresión todos los
productos de la industria cultural, el video se ha convertido en el principal
objeto del consumo cultural y el entretenimiento. Prueba de ello, como señala
Ana Rosas Mantecón, 126 es el abandono de las salas cinematográficas. Y aunque
los cinéfilos siguen prefiriendo ver cine en una sala, cada vez es mayor la
renta de videocasetes (videoclubes).
Al respecto, García Canclini 127 señala que la
población que consume mayormente estos productos es menor de treinta años de
edad. El consumo de los videoclubes permite ver claramente cómo, para las
nuevas generaciones, la producciones culturales se agrupan en nuevas categorías
de consumo.
Sucede que las nuevas tecnologías no sólo han
transformado nuestra experiencia simbólica de la vida, sino que al mismo tiempo
se han convertido en el medio “indispensable” para representarla.
Tal es caso del video, covertido no sólo en “memoria”
y “testimonio”, sino en la expresión de una mirada constituida de imágenes
fragmentarias, el videoclip. “Ahora la ciudad es como un videoclip: montaje
efervescente de imágenes discontinuas”, dice García Canclini al comparar el
recorrido en automóvil por la ciudad de México, con esta nueva forma de “ver la
música”. 128
En este
sentido, afirma Rafael Reséndiz que el “videoclip es el discurso posmoderno de
la cultura de masas”.
...el videoclip, tanto en el plano de la expresión,
como en el del contenido, condensa un nuevo discurso mas smediático propio de
la posmodernidad. 1 2 9
Como suma o
síntesis de diferentes discursos y recursos (el cine, la publicidad, la imagen digitalizada,
la coreografía, el rock y la “decoración”), el videoclip no se reduce
únicamente a su dimensión musical, sino que constituye una nueva forma de
crónica ilustrada, cuya narrativa rompe todos los esquemas lógicos de espacio,
tiempo y causalidad (secuencia). Tras presentar una historia reseñada de este
fenómeno comunicativo, advierte que éste ha generado un nuevo discurso, una nueva estética y una nueva forma de comunicación. Su punto de
partida ya no es la “certeza”, ni intenta justificarse al amparo de los
“hechos”; sino que, como una nueva “experiencia mítica”, sólo pide que se crea
en él. Al generar “otra realidad”, construye un ámbito donde lo hiperrealista y lo surrealista se funden en la dimensión de
lo simultáneo y la fugacidad, como un collage en movimiento: Esta continuidad
discontinua o esta nueva continuidad audio-escrito-visual- aparentemente
desordenada para la condición moderna de la visión, conforma la condición
posmoderna de la culturade masas.130
Para Elías Levín, René Delgado Cacheux y Daniel Peña
R.131 el videoclip pudo ser, en su
origen, una estrategia de publicidad y mercadotecnia de la industria
discográfica; pero finalmente ha devenido en una de las expresiones culturales
más relevantes de la actualidad (y sin duda la más representativa). Implica al
espectador, de una manera más directa, con el grupo o el cantante “sin
necesidad de asistir a un concierto”. El videoclip se convierte en la nueva
“plástica electrónica”, generando nuevos espacios que adquirirán su
denominación a partir de esta forma de expresión:
“los video algo” (video taco, video pizza, video burger,
video estética, video bares, etcétera). Como una
“caja mágica que nos ofrece mundos nuevos, deleite y
goce”; puede ser una “cápsula sublime” o puede ser una técnica de
“enajenación”. Pero “el perceptor no es un agente pasivo; elige, descarta o
acoge cualquier mensaje que se presenta; de él depende que se deje atrapar por
los encantos del clip”. Para los autores de este artículo, el videoclip “es una
arma de doble filo”, pues de acuerdo a su uso e intención, puede convertirse en
instrumento de enajenación, o puede generar nuevos espacios de interpretación y
diálogo.
Esa, quizá, es la condición juvenil...
CONCLUSIÓN GENERAL
América, la nuestra, vuelve a preocuparse por su
identidad. La revisión bibliográfica de la última década nos permite
percatarnos de esta inquietud. Tradición y modernidad, identidad y globalización,
cultura popular y alta cultura, todas ellas aparecen como un juego de
antinomias no resueltas. ¿Son resolubles?
El análisis de estos textos nos permite vislumbrar que
la posmodernidad trae consigo un beneficio y un riesgo. El primero consiste en
la posibilidad de considerar nuestra
cultura no ya en vías de desarrollo ni en función de la modernización, sino
desde nuestras propias producciones; pues el reconocimiento de lo que somos no
dependerá ya de una contrastación o de un criterio de verdad que la valide. El
segundo radica en el peligro inherente a toda autodeterminación: la necesidad
de indagar sobre nuestro propio destino cultural sin tener ya modelos
ejemplares. Habrá que evitar ya los extravíos y las repeticiones, permitiendo
la manifestación multívoca de todos los sujetos sociales; habrá que replantear
nuestra forma de comprender la cultura, ésta, la nuestra.
Al tratamiento de la cultura no le basta un enfoque
simplemente multidisciplinario o la mera suma de enfoques. Requiere de una
dimensión propia. Aunque esto es reconocido, el punto de partida sigue teniendo
como plataforma la disciplinar edad (antropología cultural, sociología de la
cultura, filosofía de la cultura, psicología de la cultura, etcétera).¿Es
posible un estudio de la cultura que no provenga de enfoques disciplinarios,
sino de ella misma, de su comprensión? Y no me refiero sólo a la Cultura, sino a la posibilidad de establecer
categorías de comprensión desde nosotros.
Para ello, habrá que escribir, escribirnos. No para
buscar soluciones. La identidad no tiene
solución, pues la vida sólo tiene
resolución. Si escribimos es para pensar, para repensarnos. Así como
para el pensamiento la verdad es el sentido, para la identidad lo es la
existencia, concreta y peculiar. La identidad, si lo es, no se confirma, sólo
se afirma. La identidad es la evidencia de nuestro ser, de nuestra vida. La
identidad es una narración que se construye... escribiendo.
Si la tradición es la identidad inscrita, si nosotros somos consecuencia de
su narración, ¿por qué se nos presenta, entonces, la antinomia
tradición-modernidad? Si la identidad es vigencia, y la tradición es presencia,
¿no somos, acaso, irremediablemente modernos?
La tradición guarda un cierto paralelismo con el
fenómeno onírico: siempre nos ubicamos como protagonistas. Así como no hay
sueño en el que otro tenga el papel principal, tampoco hay tradición de lo
ajeno. Si nos preocupamos por defender la tradición, es que ésta ha dejado de serlo.
Tal vez por eso desconfiamos de los jóvenes, “modernistas sediciosos” que
traicionan su identidad y son infieles a las tradiciones. ¿No es esto una
trampa de nuestra intransigencia? Se afirma que la juventud es un agente de
cambio frente a la inercia del poder; pero en nuestra crítica no dejamos de
ubicarla en un espacio anodino, situado frente a la izquierda o la derecha, y estigmatizada
por el consumismo o la marginación.
El joven, simplemente es joven. Esto no quiere decir
que le sean indiferentes el entorno, su origen social o sus posibilidades; pero
en cada caso, su condición juvenil la determina su modo de ser, identificado
con el cambio y la renovación cultural. Se es joven de distinta manera; pero se
es joven por lo que significa esta praxis en la permanencia de la cultura.
Los jóvenes son un flujo a contracorriente, es decir, tienen un carácter
contestatario, renovador y periférico con respecto a los patrones culturales
“normales”. Por más incompresibles que puedan parecer, reflejan la
contradicción inherente al cambio; aún cuando el acento esté dado en la
negación o en la violencia.
Ciertamente, la exaltación de lo joven es digna de
sospecha (sobre todo cuando se le identifica con el discurso publicitario);
pero no podemos dejar de ver al otro lado de la moneda. La juventud lleva hasta
sus últimas consecuencias la condición ontológica de los procesos humanos: en
cada momento el hombre es, no en función de una plenitud futura, sino en la
confirmación temporal de su existencia actual. En este sentido, la juventud
jovializa al mundo, porque le permite representar la vida como plenitud actual y no postergada o
prometida. De esta manera, la acción juvenil modifica nuestra forma de
representar la vida en su verdadera dimensión histórica, no como una sucesión
de pasado, presente y futuro, sino como la confluencia de la temporalidad. Si
la publicidad reduce la dimensión temporal al mero instante, no lo es por un
acto supremo de inteligencia para provocar el consumo desmedido y constante,
sino porque esas expresiones suelen ser muy afines a la condición juvenil. Pero
tengo la impresión de que el joven no toma tan en serio la publicidad. De
cualquier manera, habrá que tomar en cuenta que la publicidad no sólo induce, también reproduce, y uno de sus
referentes es la juventud.
Los medios de comunicación son ya parte del universo cotidiano
de los jóvenes. En este sentido, debemos analizar no ya lo que significó para
nosotros su invasión, sino cómo se han convertido en algo indispensable para
que el joven represente su vida. ¿Puede la juventud actual pensarse sin la
televisión?
La juventud se mueve en los márgenes de la cultura.
Tiene la virtud de desmontar los
discursos institucionales y vivir en carne propia sus contradicciones. Eso
parece ser consenso general de los que se han dado a la tarea de entender la
juventud. Pero lo que no queda suficientemente claro es el propio planteamiento
de la cultura juvenil. Si bien es cierto que la especificidad de sus
producciones nos permiten describirla, también es cierto que con frecuencia se cae
en juegos de auto referencia. Se dice: cultura juvenil es aquella que se
expresa en las producciones propias de los jóvenes; ¿cuales son esas
producciones?, aquellas que se ubican en el ámbito simbólico de la cultura
juvenil. Esto —claro, con ironía— no deja de mostrar que la
concepción de la cultura de los jóvenes es algo todavía pendiente. Requiere de
ser comprendida no ya tautológicamente, sino a partir de categorías propias.
Sus expresiones y sus producciones son un signo, pero no todavía una
significación. La cultura juvenil, como devenir marginal, demanda de un giro
categorial.
La afirmación de la juventud no consiste ya en la
producción “precoz” vinculada a la “alta cultura”, sino en la generación de un
espacio y de un tiempo social propio. Su lenguaje, su vestimenta, sus usos y
relaciones no son ya considerados simplemente elementos transicionales en el
proceso de maduración.
Los textos que critican el consumo juvenil, aunque
tienden a manifestar ya una actitud diferente, muestran todavía una inercia con
respecto a los esquemas valoracionale s de generaciones pasadas. El consumo
revela ya una vertiente activa que no habíamos percibido. En efecto, antes sólo
disponíamos de los canales tradicionales de educación. En este sentido, el
joven ha encontrado una forma de participación activa a través de la aceptación
o el rechazo de las propuestas de consumo. Se advierte una ausencia total de lo
que implica la aparición de la informática (de modo particular, la Internet) en
la cultura juvenil. Si bien es verdad que todavía no tiene un fuerte impacto en
el grueso de la población, también es cierto que ya actualmente es una forma de
comunicación muy difundida y que sin duda cambiará los hábitos de las nuevas
generaciones.
Ciertamente se hace referencia a la importancia del
cuerpo y la sexualidad en la aparición del fenómeno juvenil, sobre todo en los
años que siguen a la posguerra. Pero llama la atención que no se consideren las
implicaciones culturales de la sexualidad en condiciones más actuales (sobre
todo en México). La sexualidad no sólo es identidad psíquica y relacionalidad;
es también la representación simbólica de los roles sociales (de género, de
iniciación, de familia, entre otros); y es, desde luego, el recurso más directo
de que dispone el joven para desafiar los patrones de vida institucionales. La
forma en que los jóvenes viven ahora la sexualidad podría mostrarnos más
claramente cómo establecen sus espacios y se vinculan simbólicamente con los
demás.
Las bandas son un fenómeno complejo, que no se puede
idealizar. No hay que olvidar que traen consigo una fuerte carga de
resentimiento. Pero también es cierto que no podemos juzgarlos desde el acomodo
de la vida moderna. Sus producciones tienen una condición que no sólo es
producto de su pobreza (no como causa suficiente), sino de su condición cultural
marginal. Habrá que valorar esto. Todos los intentos por darles un estilo de
vida acorde a la modernización es, en este sentido, una perversión de su modo
de ser.
La organización
de las bandas nos conduce a verlas como una identidad inscrita en el espacio
mismo, construyendo una arquitectura simbólica viviente; en un proceso
dialéctico donde la negación se transforma en una autoafirmación osada,
retante; donde la escritura territorial dibuja esa identidad en el propio
cuerpo, de manera extendida e inseparable. La ritualización recupera todos esos
elementos de la vida comunitaria que los procesos civilizatorios han querido
negar por considerarlos “primitivos”: Con un lenguaje propio, no aséptico,
hermético, casi inseparable de las cosas; con un vínculo místico con ritos de
iniciación que incluyen la reinvención de los nuevos miembros, la
fraternalización de los propios y la agresión contra los ajenos, y con un grito
de guerra para afirmar su presencia... Estos jóvenes son signo de algo que, tal
vez por una incapacitación
neoliberalista, hemos dejado de preguntarnos: ¿Qué
significa vivir en comunidad?
En los últimos años, los estudiantes han tenido poca
relevancia en la vanguardia juvenil. Lo cual nos permite pensar que las
universidades han dejado de ser fermento de los movimientos juveniles. La
educación universitaria, más cercana a la mera instrucción, distrae a los
jóvenes con la información, pero se ha olvidado de generar espacios de pensamiento. ¿Es posible que estas
instituciones se hayan resignado a ser simplemente mecanismos de incorporación
social (sobre todo después del peligro que representó en el 68 la disidencia
estudiantil)?, ¿Es posible que hayan renunciado a ser los campos de batalla
para las ideas? ¿Han dejado de ser las universidades espacios juveniles?
¿Cuáles son los espacios juveniles actuales? Los
textos revisados nos hacen pensar que sólo hay dos opciones: las calles o los
medios de comunicación masiva. ¿Será esto signo de una ganancia o de una
pérdida?
Como generando un
collage, los jóvenes viven la mexicanidad sobreponiendo los símbolos de
su identidad regional con las producciones foráneas. Se desplazan a nuevas
fronteras culturales, donde lo propio y lo extraño se incorporan en un único
proceso. ¿Es esto debilidad o fortaleza?
De cualquier manera, cabe recordar que la juventud es
inherentemente conflicto, y que sólo por el artificio del conflicto la
consciencia se mueve, dejando su
tendencia inercial al reposo, a la realidad “normalizada”. Ser joven es estar
en los márgenes y en el “ojo del huracán”.
¿Se puede ser joven de otra manera?