miércoles, 21 de agosto de 2013

GUIA ELECTIVO REALIDAD NACIONAL N 1 UNIDAD: JÓVENES Y CULTURA JUVENIL -TEMA CONSUMO CULTURAL JUVENIL

GUIA
DE ELECTIVO  REALIDAD NACIONAL    N1

TEXTOS SOBRE CULTURA JUVENIL Y MEDIOS
ADAPTADO DE "CULTURA JUVENIL Y MEDIOS"  - RAMIRO NAVARRO KURI


TEMA:  CONSUMO CULTURAL JUVENIL (EN MEXICO)
Mas el hombre mismo tiene una irreductible propensión a dejarse engañar y está como traspasado de una dicha inefable cuando el rapsoda le narra cuentos épicos como si se tratase de hechos reales, o el actor en escena representa al rey aún más rey de lo que lo muestra la realidad. Nietzsche

TEXTO 1.-  ¿Un programa de vida para los jóvenes?
Los medios han sido vistos como una invasión, cuya identificación con los discursos legitimadores de poder y su pretensión de igualarlo todo, generan una fuerte confusión social en el seno mismo del espacio cultural. 95
 De la misma forma en que su omnipresencia invade la intimidad cotidiana, de esa misma manera ha generado un extrañamiento vital.
En el análisis de los medios en México, algunos autores (sobre todo en la década pasada) tienen la fuerte sospecha de que se trata de una velada vinculación servil a los cotos de poder. En este sentido, consideran que los medios (particularmente la televisión comercial) han asumido el papel de rectores sociales, dictando la pauta de las producciones culturales, los usos y postulando un modelo genérico de identidad.
“La cultura juvenil corre paralela  al discurso de los medios”. 96 Son éstos un espejo mágico con el que la juventud se identifica o se repudia. En este sentido es obvio que los medios sólo ven en los jóvenes a consumidores. En particular la televisión no solamente propone el consumo sino, el estereotipo del consumidor: moldea y configura su propia retroalimentación.97
Frente a este narcisismo juvenil  -identificado con las clases medias y que se presenta como un entorno cultural ficticio-, aparece un sector de la población juvenil, fundamentalmente el de las clases bajas y de los barrios marginales, que sólo ve con recelo y repudio el modelo de vida presentada por los medios y que resulta inalcanzable y excluyente para ellos. De cualquier manera los medios, en cierta complicidad con las políticas gubernamentales, han generado una imagen ficticia de cultura y de vida cotidiana, hasta hacerse vigente en el modo de vida de las nuevas generaciones.
La vida cotidiana invade los ámbitos artísticos con el arte pop y las posiciones consumistas sustituyen a las visiones críticas de la sociedad. La contracultura de los sesenta “fue una extensión del hedonismo de la década de 1950 y una democratización del libertinaje al que ya habían llegado mucho antes algunos sectores de las clases altas avanzadas... los extremos psicológicos —en la sexualidad, el nudismo, las perversiones, la marihuana y el rock y la contra-cultura— siguieron al hedonismo forzado del decenio de 1950.
98 Los medios, como voz omnipresente, se autodenominan opinión pública. Ellos son la voz de la comunidad, su representatividad y su designio. Con este doble juego, los medios no producen cultura, sólo publicitan una forma de vida cotidiana que no se retroalimenta de la sociedad que los consume. Gradualmente los medios postulan una condición ideal donde todo está conformado por consumidores, sin tomar en cuenta al consumidor mismo. Paradójicamente el joven, considerado como el consumidor prototipo, carece de un lugar comunicativo dentro de los propios medios. El sometimiento ante la información sólo tendrá una validación: la eficacia. En consecuencia, los medios han sido proclives a convertir la identidad juvenil en una categoría de consumo y no en una propuesta generativa de cultura. 99

TEXTO 2.- De las vicisitudes del consumo
Hoy, la oferta sin fronteras de los bienes de consumo ya no permite que la identidad se reduzca a las condiciones comunitarias o regionales de la cultura. La globalización es en primer lugar consumo.100 
En este sentido, la preferencia por éste o aquél producto trasciende las connotaciones regionales.
Si el consumo marca la pauta de la relacionalidad contemporánea, si mi preferencia por tal o cual producto se establece no ya a partir de las restricciones regionales, se debe, no simplemente a que haya una mayor disposición de bienes foráneos, sino a una creciente incorporación de lo que representan significativamente dichos productos.
Si la identidad necesita revestirse de las producciones culturales, entonces, advierte García
Canclini, al modificarse el consumo se modifica necesariamente la producción. En consecuencia, la identidad, como acto de apropiación simbólica, deja de centrarse en las condiciones regionales para situarse en la misma dimensión del consumo.
Dadas estas transformaciones, la tendencia contemporánea muestra un claro cambio en los procesos identificatorios: de su configuración a partir de la nación-estado, a la identificación a través del consumo. Los cambios operados actúan no solamente en un ámbito “privado”, sino que el orden social mismo se modifica y se establece así una nueva relación entre el Estado y los ciudadanos:
... ser ciudadano no tiene que ver sólo con los derechos reconocidos por los aparatos estatales a quienes nacieron en un territorio, sino también con  las prácticas sociales y culturales que dan sentido de pertenencia y hacen sentir diferentes a quienes poseen una misma lengua, semejantes formas deorganizarse y satisfacer sus necesidades.101
La reformulación de los derechos de los ciudadanos en función de una “práctica social” implica ya una condición de reciprocidad: éstos se modifican en retroalimentación con la vida social. Los derechos deben ser concebidos ya no sólo como “el orden estatal, sino como una «gramática civil»” 102
Las instituciones político-jurídicas no son ya ese referente de la vida social, la participación ciudadana y su representatividad recurren cada vez más a escenarios que en otro tiempo hubieran sido considerados como estrictamente privados. De hecho, la sola consideración de  la “opinión pública” permite ver la instauración de un poder paralelo al ámbito de influencia del Estado.
¿Dónde se sitúa ahora la relación entre lo público y lo privado?
Desilusionados de las burocracias estatales, partidarias y sindicales, los públicos acuden a la radio y la televisión para lograr lo que las instituciones ciudadanas no proporcionan: servicios, justicia, reparaciones o simple atención. 103
Es evidente que los medios de comunicación han propiciado estas transformaciones culturales. Lo interesante es que durante todo este tiempo, no hayamos considerado a los propios medios como una producción cultural. En el proceso de incorporación cultural de los medios, se ha pasado de un simple instrumento de complicidad con el poder para llegar a situarse como un foro de participación. Por eso García Canclini insiste en la necesidad de reconocernos como consumidores, para recuperarnos como ciudadanos.
Ciertamente, el acceso a las nuevas tecnologías  tiene siempre un cariz elitista, pero gradualmente la transferencia tecnológica y la obsolescencia de las máquinas va permitiendo que el grueso de la población disponga de ellas. Tal es el caso de la telefonía, los aparatos de radio y televisión, las videocaseteras, fono grabadoras, etcétera, cuyo consumo en los países no productores de esas tecnologías puede evidenciarse por un mayor porcentaje de hogares con estos aparatos que en los países “desarrollados”.
La aparición de estos productos genera siempre extrañamiento a los consumidores, pero con el paso de las generaciones, esos aparatos se cotidianizan y su presencia se hace tan necesaria que las sociedades ya no pueden imaginarse vivir de otra manera. Incluso, nuevas producciones culturales dependen totalmente de estas tecnologías, como la industria del entretenimiento (el rock de los instrumentos eléctricos y los altavoces, el cine, el video, etcétera).
Así, pues, el consumo no se realiza de manera indiscriminada, sino que hay un proceso selectivo de su incorporación al entorno cultural (pensando, eligiendo y reelaborando). De alguna manera, en el proceso de asimilación cultural, hemos pasado de una etapa de extrañamiento (y de unilateralidad publicitaria) a un momento en que el consumo se convierte en la regla del juego social, gestando nuevas formas identificatorias  y participativas.
...debemos preguntarnos si al consumir no estamos haciendo algo que sustenta, nutre y hasta cierto punto constituye un nuevo modo de ser ciudadanos. 104
Los medios de comunicación y el consumo inauguran una nueva relación de espacio y tiempo (simultaneidad espacio-temporal), en la que el referente ya no es la estructura social estática (familia, barrio-ciudad y nación), sino una verdadera telaraña de relaciones y vínculos grupales que ya no caben en los límites de la connotación regional.
Estamos tratando de superar la preocupación metafísica por la “pérdida de identidad” que, atrapadacasi siempre en una visión fundamentalista de las culturas étnicas y nacionales, es incapaz de discernir los diversos efectos de la globalización.105
En el proceso de globalización, frente al Estado y sus instituciones ya no se enuncia al pueblo como referente de la colectividad, sino una multitud heterogénea de grupos o sectores sociales que requieren de una nueva forma de ejercer su ciudadanía.
La identidad pasa a ser concebida como el “punto focal de un repertorio estallado de mini-roles más que como el núcleo de una hipotética interioridad contenida y definida por la familia, el barrio, la ciudad, la nación o cualquiera de esos encuadres declinantes.106
El consumo, entonces, no es algo accidental y externo a la cultura, sino que a través de él “se construye parte de la racionalidad integrativa y comunicativa de una sociedad”. 107
Sabemos que el consumo modifica las representaciones que nos hacemos de eso que llamamos “vivir bien” y que los sociólogos llaman “calidad de vida”. Con la globalización y sus consecuentes modificaciones en el consumo, la calidad de vida no se puede medir  ya por el rasero de una “canasta básica”, sino por expectativas sociales. En consecuencia, para René Millán 108 el consumo no se establece por la determinación de lo necesario, sino por la incorporación cultural de esos bienes. En este sentido, los actos de consumo no obedecen actualmente a una tipificación de clase, sino a la identificación social que se establece de acuerdo a las expectativas simbolizadas.
Contrariamente a ideas comunes -y apresuradas que la identifican con “estados cuantitativos”, la calidad de la vida se expresa de manera contemporánea como noción cultural y demanda.
109En cierta manera, el trabajo de Millán permite concluir que el reconocimiento de lo necesario es una designación cultural que, más allá de la supervivencia, se mueve de acuerdo a los procesos de simbolización. Así, pues, el consumo, en cualquiera de sus niveles y condiciones, se realiza a partir de la valoración cultural, generando de este modo una relación tensional entre las expectativas de vida y la oferta de productos. Lo cual también nos hace pensar que los modelos de consumo propuestos por los medios no son asumidos con obediencia pasiva, sino que su incorporación estará en concordancia con el reclamo valoracional del público. En consecuencia, y si se me permite esta inferencia, esto es legítimamente aplicable a los jóvenes, pues si reconocemos la existencia de una cultura juvenil, tendremos que aceptar también que su conducta no puede reducirse a la condición de un “autómata consumista”.
Por su parte, Valenzuela Arce hace una revisión de las discusiones que ha suscitado la implementación del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica en el plano de la identidad y cultura nacionales. Estas posturas van, según Valenzuela, desde el catastrofismo que presagia la aniquilación total de nuestra identidad, al optimismo iluso que ve, en nuestros hábitos culturales, un bastión incólume e impermeable a “los embates de la globalización”, del consumo y los estilos de vida foráneos”. 110Sin embargo, advierte Valenzuela, esta problemática exige hacer una revalorización del
“papel de los actores sociales” y aclarar la intervención de los factores económicos y de consumo en el reacomodo simbólico de la cultura y, por ende, en la práctica cotidiana. Así pues, con un marco teórico claramente  interpretativo, señala que la sociedad contemporánea experimenta cambios significativos en su reordenamiento e identificación, la cual atraviesa simultáneamente los diferentes escenarios de la vida cotidiana (de la familia, el barrio y el trabajo, a  la constitución de agrupamientos vinculados con proyectos o quehaceres):
El mundo presenta importantes transformaciones en lo referente a las lealtades y las adscripciones a través de las cuales los grupos se identifican y son reconocidos. [...] Estos son algunos elementos a través de los cuales se han venido transformando las percepciones culturales ancladas en los procesos profundos, para integrarse en redes de significado mundiales que son los puntos de contrastación entre el  yo y las prácticas cotidianas, frente a la información y los conocimientos genéricos que constituyen los referentes fundamentales de globalización del modernismo como ambiente sociocultural.111
De hecho, la frontera norte ha sido un laboratorio in situ que nos permite visualizar lo que ocurre en un escenario abierto de intercambio cultural. Esta experiencia, dice Valenzuela, nos ayuda a concluir que “los procesos culturales no necesariamente coinciden con los procesos de globalización”, pues la instrumentación de los proyectos de modernización en México conserva todavía una enorme disparidad con respecto al modelo de los países desarrollados. Este “déficit” social se presenta al mismo tiempo como un mecanismo de autorregulación frente a la tendencia globalizante, pues en “los sectores pobres del país” el impacto del proyecto nacional es mayor que la oferta de productos de consumo provenientes del extranjero. Lo mismo ocurre con los medios de comunicación masiva, cuyo margen de influencia se confronta con las condiciones sociocultural s, ya que su “mensaje” no alcanza a romper el “principio de realidad” del público al que se dirige.
En efecto, uno de los argumentos recurrentes para probar la supuesta menor identidad de la población fronteriza del norte del país es su exposición a los medios de comunicación estadounidenses; sin embargo, los pocos trabajos de investigación que en este campo se han desarrollado desaprueban esta visión lineal sobre la relación entre el medio y el público. 112
Paradójicamente, es en el rubro de los medios de comunicación (aspecto en el que se ha manifestado un mayor temor por su continua infiltración ideológica) donde América Latina muestra un asombroso desarrollo y crecimiento. Si bien es cierto que su programación transmite hasta en un
90% los programas estadounidenses (la televisión por cable), también es cierto que en sus producciones incorporan importantes elementos de la simbolización cotidiana regional. Tal es el caso de las telenovelas que, guardando “vínculos con la cultura oral”, muestran como el “imaginario latinoamericano se recrea” a través de ellas.
Los gustos y las preferencias de la población, en sus múltiples y diversos sectores, establecen una condición de reciprocidad o de “interactividad” con los medios. En consecuencia, la idea de que la acción de los medios sobre el público es lineal parece ser inapropiada y errónea.
La experiencia de la frontera norte de México indica que no es adecuado pensar que el mero acceso a productos provenientes de los Estados Unidos, o la exposición a las emisiones de los medios estadounidenses y la acción de las industrias culturales derivan automáticamente en una transformación de las identidades culturales. Seguramente, los grupos sociales tratarán de aprovechar muchos de los productos que se les ofrezcan; sin embargo, este consumo de productos se insertará en redes de sentido simbólico según sus propias matrices culturales. 113
Tras el análisis de estos tres autores (García Canclini, Valenzuela Arce y Millán), resulta interesante advertir cómo ha habido un giro notable con respecto a la comprensión de los fenómenos de interacción cultural. La apologética defensa de la identidad puede ser tan sospechosa e ideológica como el universalismo cultural. En este sentido, el resguardar la identidad contra toda infiltración extranjera, puede ser tan absurdo como seguir realizando campañas para promover la “pureza del lenguaje”.
Sin embargo, y no sin tener razones, el tema de “la identidad amenazada” todavía causa fuerte preocupación a otros autores. Tal es el caso de Francisco Salazar, 114 quien advierte, como un peligro cada vez mayor, que la industria cultural y los medios de comunicación induzcan a las nuevas generaciones a someterse a las condiciones de un consumismo indiscriminado y a estilos de vida por completo ajenos a su entorno sociocultural.
Salazar ve las condiciones actuales como la consolidación de un sistema de dominio que se legitima a través del cínico discurso de los medios de comunicación masiva, en particular la televisión. La cultura de masas se centra fundamentalmente en ella y, por tanto, se constituye como el principal parámetro de los hábitos de consumo.
Preocupado por los efectos de la televisión comercial sobre la cultura, el autor considera que en nuestro país,  Televisa pone en evidencia la condición extrema del consumismo, pues sin importar la calidad de los productos culturales (cantantes “estrellas”, telenovelas, noticieros, conductores de programas, etcétera), los transforma en modelo de vida y paradigma de consumo, propiciando “una verdadera revolución cultural”. 115
Con una concepción un tanto paternalista, Salazar considera que este artificio mercantilista de los medios ha ido moldeando “la mentalidad mexicana”, conformando los estilos de vida desacuerdo a los beneficios e intereses de aquellos que promueven un consumo indiscriminado. Esta
“mentalización” tiene mayor incidencia en las nuevas generaciones, es decir, en aquellas que descubren el mundo a través de la televisión y que, al parecer, no tienen otra opción que obedecer sus mandatos:
Esta revolución cultural televisiva, incide directamente en la configuración de un modelo permeado por la juventud secularizada, bilingüe, triunfadora, alegre, rubia o castaña, proteinizada, como si se tratara de la segunda generación de norteamericanos nacidos en México. 1 1 6
Así, pues, identificando la modernización con el modo de vida estadounidense, Salazar afirma que se ha generado una actitud “esquizofrénica” en nuestra sociedad, pues el discurso televisivo pretende (por vía de la “repetic ión obsesiva” y bajo el disfraz de las imágenes de la “cultura nacional”) la identificación con la sociedad estadounidense, incidiendo de modo directo en las expectativas de vida y en los hábitos de consumo. Con esta violencia cultural y unilateral, se trastoca todo el horizonte valoracional del “público”, produciendo así el extravío cultural. Toda esta estrategia se dirige fundamentalmente a los jóvenes quienes, moldeados ya completamente por Televisa, son el engranaje seguro y confiable para el éxito mercadotécnico. Así pues, toda la maquinaria de la industria cultural, con estereotipos de conducción controlable, se dirige a la manipulación y al falseamiento de la realidad, a la producción “en serie” del consumidor perfecto, al hombre hecho a imagen y semejanza de la “tele”:
-Se instaura en definitiva la cultura juvenil, con el surgimiento de grupos musicales (“Menudo”,
“Timbiriche”, etcétera), de ídolos de la canción (Luis Miguel, Alejandra Guzmán, etcétera), de agrupaciones de “fans”, de niños que asisten a conciertos de “rock”, de programas específicos (“Los
Cachunes”), en y para la juventud mexicana. Es aleccionadora la declaración de uno de los principales productores de Televisa (creador de Timbiriche, Microchips, y productor de los Cachunes entre otros), cuando señala que “tenemos que crear estrellas, crear figuras”, pues los “jóvenes necesitan modelos que imitar”, además de que “la nueva música habla de los problemas reales, y ha sido el más auténtico movimiento juvenil en 20 años. La música es el mejor vehículo para que ellos se expresen”. Modelojuvenil ideal, que poco tiene que ver con los numerosos y acuciantes problemas de la juventud capitalina. 117
Es ésa también la preocupación central del texto de Mier y Piccini: la televisión hace su a parición en  el territorio de los tiempos libres, invade la vida cotidiana (la lectura, la caminata, la conversación, los encuentros fortuitos, etcétera) y de ahí se disemina a casi todos los ámbitos de la vida. Como una nueva dimensión, el “ritual de la televisión” es un trastocamiento del escenario familiar, un “hiperrealismo” de los “hechos de la vida”, es “el otro lado del mundo” incorporado a la intimidad, es la normalización de la violencia. Al organizar la vida, organiza las actividades y las relaciones. Alimentada vorazmente de los acontecimientos (noticia, moda, fama, etcétera), reduce la cultura a una industria de lo efímero. 118
La televisión como el referente del “saber”, regula la percepción de los “real” a través de la determinación de lo “visible” y lo” invisible”. Al “homogeneizar la mirada”, homogeniza también la identidad.
A partir de la diferencia cualitativa entre estos polos -perceptibilidad y evidencia, la naturaleza de las mediaciones que el dispositivo de la televisión hace intervenir constituyen su armazón narrativo fundamental y, en particular, en el caso de la televisión dirigida institucionalmente a los jóvenes: la llamada “barra juvenil”. El privilegio se basa en que la gestión del estigma es, sensiblemente, la gestión de la identidad.119
«NACIONALISMO Y AMERICANIZACIÓN: “¡VIVA MÉXICO,  MOTHERFUCKERS!”». Quizá esta sola frase condense todo lo que Carlos Monsiváis piensa y vive alrededor de lo que ocurre con el consumo cultural en México, durante las últimas tres décadas.
Libre de los rodeos académicos, Monsiváis sigue la vía libre del ensayo, la narración y la asociación libre. A través de una mezcla de crónica y reflexión breve (“instantáneas”, como él las llama), presenta con ironía las vicisitudes de nuestra cultura durante la década pasada.
En México, el nacionalismo es gubernamental. El Estado es el celoso guardián de los símbolos culturales. Frente al monopolio de la cultura oficial, la industria -hija del proyecto
Pos rrevolucionario de modernización— se convertirá en un espacio paralelo donde se pondrá en juego la cultura popular:
Y del nacionalismo popular se hacen cargo el cine, la radio, la industria del disco, el teatro frívolo y, a partir de los años cincuenta, la televisión. Es un nacionalismo sentimental, la  Mexicanidad como nostalgia y arraigo familiar, la forja de un idioma común, la oportunidad de elegir emociones y predilecciones ante la falta de alternativas.120
En la industria cultural la  mexicanidad, más que una reflexión sobre la identidad nacional, se presentará como “un estado de ánimo” frente a la fascinación del sueño americano. A pesar de la inicial resistencia, la americanización seduce porque en última instancia se trata de acceder a una
“vida cómoda”. Los aparatos, el relajamiento de la formalidad social y las relaciones familiares, la comodidad en el vestir, el prescindir del  nihil obstat en los usos públicos del lenguaje y el cuerpo, etcétera, se presentan como las conquistas legítimas de la vida moderna.
... el ascenso irresistible de la “americanización”, que abarca a la burguesía y a las clases populares, se basa en el casi dogma de la psicología social y la industria: si el sentido de lo contemporáneo se deciden los Estados Unidos, un latinoamericano que se pregunta “¿Qué tan contemporáneo soy?”, en rigor se pregunta “¿Qué tan cerca o qué tan lejos estoy del modelo norteamericano?” 121
La televisión pondera un nacionalismo reducido a folklore, sin sospecha política y obscenidad verbal o corpórea. Pero en el estilo de vida que pondera su programación, va implícita la liberalización de la conducta y los usos morales. Con la presentación de una “mexicanidad del tiempo libre”, despolitizada y sin compromiso social, se prepara el escenario para la cultura reducida a espectáculo, al encanto voyeurista: “la primera generación de jóvenes norteamericanos nacidos en México”, ésos que están hechos en y para el exhibicionismo televisivo:
Aquí están las jóvenes de cualquier trío de moda, o las aspirantes a solistas. Son la vanguardia de la
Alegría de la Edad, el Relajo Sano, la Audacia Verbal Permitida, el Desmadre que ya es una más de las
Buenas Costumbres. Son veinteañeras, joviales, simpáticas a la manera de su clase social, dinámica(sin esa palabra no se les reconocería), ágiles como estudiantes de ballet o tenistas amateurs, poseedoras del levísimo acento multilingüe que delata la dificultad de saber en qué idioma se está hablando, tan maliciosas que exhiben su inocencia, tan inocentes que disfrutan su malicia. [...]O tempora. O mores. Los niños  de las colonias pudientes abandonan el magno silencio de sus VRS y sus computadoras, y emprenden el viaje de la admiración. Ya son infantiles y pueriles de otro modo, conocen al detalle la vida libidinosa de las abejas, y han vivido frente y al lado de la tele con plena conciencia de su destino ideal: se desempeñan en la vida como si animaran un programa el día entero, sueltan frases chistosas destinadas a galvanizar el auditorio, no se queden congeladotes, aplaudan, transmiten su simpatía de costa a costa, liquidan de un golpe las distancias con sus hermanos mayores, se apoderan desde la infancia de recursos antes sólo privativos de la juventud.122

 TEXTO  El “espejo electrónico”
La televisión y el video han hecho pensar a los estudiosos que actualmente nos enfrentamos a un fenómeno nuevo: la “cultura voyeur”, es decir, la cultura como entretenimiento y como terapia ocupacional. Este voyerismo se advierte en la generalizada exaltación de lo joven como modelo de vida, como la plenitud “para ser vista”(belleza, salud, gracia..) Para el (la) joven “estrella”, la televisión es el narcisismo en el paraíso.
123 Nace así, una nueva obsesión: la idolatría del micrófono.
En la “barra juvenil”, la televisión presenta un itinerario de vida que pretende lograr la síntesis entre el hedonismo y el ascetismo monacal (cuidar el cuerpo para tener acceso a todos los placeres). Convertido en el nuevo héroe del “éxito” y la “audacia”, el joven se convierte en el protagonista de todas las series de “acción”. Por otro lado, la cultura juvenil se traslada al escenario de lo intrascendente, la vida del joven es presentada como la “crónica de una trivialización anunciada”: las tragedias adolescentes oscilan entre el acné y la incomprensión de sus padres.
Es cierto que en ese “mundo de la tele” las cosas se han dado así. Pero también es cierto que un joven se sentiría ofendido si lo caracterizamos de ese modo. Parece que este binomio juventud televisión requiere de nuevos enfoques que nos permitan ahondar más profundamente sobre lo que implica esta nueva forma de consumo cultural.
Que las nuevas generaciones han quedado marcadas por los medios de comunicación masiva, eso parece ser ya incluso una obviedad. Pero lo que se ha podido observar a lo largo del tiempo, es que tampoco en ellos hay una respuesta a la manera del estímulo/reflejo. El estudio realizado por
Guadalupe Chávez muestra cómo los jóvenes tienen una forma “en principio sincrética” de incorporar las diversas manifestaciones culturales. Por ejemplo, tienen el mismo gusto por las “películas mexicanas” que por los programas musicales, y podría decirse que están por encima de los programas provenientes de Estados Unidos. 124
Toda incorporación tecnológica, dice Mosiváis es también ideológica. Pero debemos reconocer que los procesos culturales son también procesos de “digestión”, en el que los nuevos productos se cotidianizan, se resignifican y se incorporan al universo simbólico con el que se vive.
Si en un principio  a esto se le llama “sincretismo” (aunque es cuestionable este término), éste puede ser bien aplicado a los medios masivos, pues su carácter de simultaneidad ha generado la construcción de nuevas identidades, a partir de la presencia de múltiples espacios  y tiempos culturales.
De cualquier manera, después del análisis de esta bibliografía, se hace patente que la televisión es el medio de comunicación masiva más vinculado a la vida juvenil. Como en un proceso simbiótico, televisión y juventud parecen encontrarse mutuamente en el laberinto de imágenes, reflejándose la una en la otra, hasta perderse en un juego de asimilaciones y proyecciones. La televisión se alimenta (tanto en la imagen como en el consumo) de la vida juvenil, mientras los jóvenes se encuentran y se reinventan en el discurso televisivo. En esta mutua invasión complaciente, cabe la pregunta, ¿es la televisión un espacio ganado o perdido para los jóvenes?
La juventud vio su cuerpo convertido en efigie, en cuerpo tributario y divinidad objeto de tributo, su cuerpo se exhibió como la superficie donde se oficia la adivinación. Su historia y su destino se hicieron primero legibles, después cíclicos, para terminar como la reminiscencia contemporánea del augurio, de la certidumbre, de la transparencia.125
Ciertamente, al reunir en una sola expresión todos los productos de la industria cultural, el video se ha convertido en el principal objeto del consumo cultural y el entretenimiento. Prueba de ello, como señala Ana Rosas Mantecón, 126 es el abandono de las salas cinematográficas. Y aunque los cinéfilos siguen prefiriendo ver cine en una sala, cada vez es mayor la renta de videocasetes (videoclubes).
Al respecto, García Canclini 127 señala que la población que consume mayormente estos productos es menor de treinta años de edad. El consumo de los videoclubes permite ver claramente cómo, para las nuevas generaciones, la producciones culturales se agrupan en nuevas categorías de consumo.
Sucede que las nuevas tecnologías no sólo han transformado nuestra experiencia simbólica de la vida, sino que al mismo tiempo se han convertido en el medio “indispensable” para representarla.
Tal es caso del video, covertido no sólo en “memoria” y “testimonio”, sino en la expresión de una mirada constituida de imágenes fragmentarias, el videoclip. “Ahora la ciudad es como un videoclip: montaje efervescente de imágenes discontinuas”, dice García Canclini al comparar el recorrido en automóvil por la ciudad de México, con esta nueva forma de “ver la música”. 128
 En este sentido, afirma Rafael Reséndiz que el “videoclip es el discurso posmoderno de la cultura de masas”.
...el videoclip, tanto en el plano de la expresión, como en el del contenido, condensa un nuevo discurso mas smediático propio de la posmodernidad. 1 2 9
Como  suma o síntesis de diferentes discursos y recursos (el cine, la publicidad, la imagen digitalizada, la coreografía, el rock y la “decoración”), el videoclip no se reduce únicamente a su dimensión musical, sino que constituye una nueva forma de crónica ilustrada, cuya narrativa rompe todos los esquemas lógicos de espacio, tiempo y causalidad (secuencia). Tras presentar una historia reseñada de este fenómeno comunicativo, advierte que éste ha generado un  nuevo discurso, una nueva estética y una  nueva forma de comunicación. Su punto de partida ya no es la “certeza”, ni intenta justificarse al amparo de los “hechos”; sino que, como una nueva “experiencia mítica”, sólo pide que se crea en él. Al generar “otra realidad”, construye un ámbito donde lo hiperrealista  y lo surrealista se funden en la dimensión de lo simultáneo y la fugacidad, como un collage en movimiento: Esta continuidad discontinua o esta nueva continuidad audio-escrito-visual- aparentemente desordenada para la condición moderna de la visión, conforma la condición posmoderna de la culturade masas.130
Para Elías Levín, René Delgado Cacheux y Daniel Peña R.131  el videoclip pudo ser, en su origen, una estrategia de publicidad y mercadotecnia de la industria discográfica; pero finalmente ha devenido en una de las expresiones culturales más relevantes de la actualidad (y sin duda la más representativa). Implica al espectador, de una manera más directa, con el grupo o el cantante “sin necesidad de asistir a un concierto”. El videoclip se convierte en la nueva “plástica electrónica”, generando nuevos espacios que adquirirán su denominación a partir de esta forma de expresión:
“los video algo” (video taco, video pizza, video burger, video estética, video bares, etcétera). Como una
“caja mágica que nos ofrece mundos nuevos, deleite y goce”; puede ser una “cápsula sublime” o puede ser una técnica de “enajenación”. Pero “el perceptor no es un agente pasivo; elige, descarta o acoge cualquier mensaje que se presenta; de él depende que se deje atrapar por los encantos del clip”. Para los autores de este artículo, el videoclip “es una arma de doble filo”, pues de acuerdo a su uso e intención, puede convertirse en instrumento de enajenación, o puede generar nuevos espacios de interpretación y diálogo.
Esa, quizá, es la condición juvenil...

CONCLUSIÓN GENERAL
América, la nuestra, vuelve a preocuparse por su identidad. La revisión bibliográfica de la última década nos permite percatarnos de esta inquietud. Tradición y modernidad, identidad y globalización, cultura popular y alta cultura, todas ellas aparecen como un juego de antinomias no resueltas. ¿Son resolubles?
El análisis de estos textos nos permite vislumbrar que la posmodernidad trae consigo un beneficio y un riesgo. El primero consiste en la posibilidad de  considerar nuestra cultura no ya en vías de desarrollo ni en función de la modernización, sino desde nuestras propias producciones; pues el reconocimiento de lo que somos no dependerá ya de una contrastación o de un criterio de verdad que la valide. El segundo radica en el peligro inherente a toda autodeterminación: la necesidad de indagar sobre nuestro propio destino cultural sin tener ya modelos ejemplares. Habrá que evitar ya los extravíos y las repeticiones, permitiendo la manifestación multívoca de todos los sujetos sociales; habrá que replantear nuestra forma de comprender la cultura, ésta, la nuestra.
Al tratamiento de la cultura no le basta un enfoque simplemente multidisciplinario o la mera suma de enfoques. Requiere de una dimensión propia. Aunque esto es reconocido, el punto de partida sigue teniendo como plataforma la disciplinar edad (antropología cultural, sociología de la cultura, filosofía de la cultura, psicología de la cultura, etcétera).¿Es posible un estudio de la cultura que no provenga de enfoques disciplinarios, sino de ella misma, de su comprensión? Y no me refiero sólo a la  Cultura, sino a la posibilidad de establecer categorías de comprensión desde nosotros.
Para ello, habrá que escribir, escribirnos. No para buscar soluciones. La  identidad no tiene solución, pues la vida sólo tiene  resolución. Si escribimos es para pensar, para repensarnos. Así como para el pensamiento la verdad es el sentido, para la identidad lo es la existencia, concreta y peculiar. La identidad, si lo es, no se confirma, sólo se afirma. La identidad es la evidencia de nuestro ser, de nuestra vida. La identidad es una narración que se construye... escribiendo.
Si la tradición es la identidad  inscrita, si nosotros somos consecuencia de su narración, ¿por qué se nos presenta, entonces, la antinomia tradición-modernidad? Si la identidad es vigencia, y la tradición es presencia, ¿no somos, acaso, irremediablemente modernos?
La tradición guarda un cierto paralelismo con el fenómeno onírico: siempre nos ubicamos como protagonistas. Así como no hay sueño en el que otro tenga el papel principal, tampoco hay tradición de lo ajeno. Si nos preocupamos por defender la tradición, es que ésta ha dejado de serlo. Tal vez por eso desconfiamos de los jóvenes, “modernistas sediciosos” que traicionan su identidad y son infieles a las tradiciones. ¿No es esto una trampa de nuestra intransigencia? Se afirma que la juventud es un agente de cambio frente a la inercia del poder; pero en nuestra crítica no dejamos de ubicarla en un espacio anodino, situado frente a la izquierda o la derecha, y estigmatizada por el consumismo o la marginación.
El joven, simplemente es joven. Esto no quiere decir que le sean indiferentes el entorno, su origen social o sus posibilidades; pero en cada caso, su condición juvenil la determina su modo de ser, identificado con el cambio y la renovación cultural. Se es joven de distinta manera; pero se es joven por lo que significa esta praxis en la permanencia de la cultura.
Los jóvenes son un flujo a  contracorriente, es decir, tienen un carácter contestatario, renovador y periférico con respecto a los patrones culturales “normales”. Por más incompresibles que puedan parecer, reflejan la contradicción inherente al cambio; aún cuando el acento esté dado en la negación o en la violencia.
Ciertamente, la exaltación de lo joven es digna de sospecha (sobre todo cuando se le identifica con el discurso publicitario); pero no podemos dejar de ver al otro lado de la moneda. La juventud lleva hasta sus últimas consecuencias la condición ontológica de los procesos humanos: en cada momento el hombre es, no en función de una plenitud futura, sino en la confirmación temporal de su existencia actual. En este sentido, la juventud jovializa al mundo, porque le permite representar la  vida como plenitud actual y no postergada o prometida. De esta manera, la acción juvenil modifica nuestra forma de representar la vida en su verdadera dimensión histórica, no como una sucesión de pasado, presente y futuro, sino como la confluencia de la temporalidad. Si la publicidad reduce la dimensión temporal al mero instante, no lo es por un acto supremo de inteligencia para provocar el consumo desmedido y constante, sino porque esas expresiones suelen ser muy afines a la condición juvenil. Pero tengo la impresión de que el joven no toma tan en serio la publicidad. De cualquier manera, habrá que tomar en cuenta que la publicidad no sólo  induce, también reproduce, y uno de sus referentes es la juventud.
Los medios de comunicación son ya parte del universo cotidiano de los jóvenes. En este sentido, debemos analizar no ya lo que significó para nosotros su invasión, sino cómo se han convertido en algo indispensable para que el joven represente su vida. ¿Puede la juventud actual pensarse sin la televisión?
La juventud se mueve en los márgenes de la cultura. Tiene la virtud de  desmontar los discursos institucionales y vivir en carne propia sus contradicciones. Eso parece ser consenso general de los que se han dado a la tarea de entender la juventud. Pero lo que no queda suficientemente claro es el propio planteamiento de la cultura juvenil. Si bien es cierto que la especificidad de sus producciones nos permiten describirla, también es cierto que con frecuencia se cae en juegos de auto referencia. Se dice: cultura juvenil es aquella que se expresa en las producciones propias de los jóvenes; ¿cuales son esas producciones?, aquellas que se ubican en el ámbito simbólico de la cultura juvenil.  Esto  —claro, con ironía— no deja de mostrar que la concepción de la cultura de los jóvenes es algo todavía pendiente. Requiere de ser comprendida no ya tautológicamente, sino a partir de categorías propias. Sus expresiones y sus producciones son un signo, pero no todavía una significación. La cultura juvenil, como devenir marginal, demanda de un giro categorial.
La afirmación de la juventud no consiste ya en la producción “precoz” vinculada a la “alta cultura”, sino en la generación de un espacio y de un tiempo social propio. Su lenguaje, su vestimenta, sus usos y relaciones no son ya considerados simplemente elementos transicionales en el proceso de maduración.
Los textos que critican el consumo juvenil, aunque tienden a manifestar ya una actitud diferente, muestran todavía una inercia con respecto a los esquemas valoracionale s de generaciones pasadas. El consumo revela ya una vertiente activa que no habíamos percibido. En efecto, antes sólo disponíamos de los canales tradicionales de educación. En este sentido, el joven ha encontrado una forma de participación activa a través de la aceptación o el rechazo de las propuestas de consumo. Se advierte una ausencia total de lo que implica la aparición de la informática (de modo particular, la Internet) en la cultura juvenil. Si bien es verdad que todavía no tiene un fuerte impacto en el grueso de la población, también es cierto que ya actualmente es una forma de comunicación muy difundida y que sin duda cambiará los hábitos de las nuevas generaciones.
Ciertamente se hace referencia a la importancia del cuerpo y la sexualidad en la aparición del fenómeno juvenil, sobre todo en los años que siguen a la posguerra. Pero llama la atención que no se consideren las implicaciones culturales de la sexualidad en condiciones más actuales (sobre todo en México). La sexualidad no sólo es identidad psíquica y relacionalidad; es también la representación simbólica de los roles sociales (de género, de iniciación, de familia, entre otros); y es, desde luego, el recurso más directo de que dispone el joven para desafiar los patrones de vida institucionales. La forma en que los jóvenes viven ahora la sexualidad podría mostrarnos más claramente cómo establecen sus espacios y se vinculan simbólicamente con los demás.
Las bandas son un fenómeno complejo, que no se puede idealizar. No hay que olvidar que traen consigo una fuerte carga de resentimiento. Pero también es cierto que no podemos juzgarlos desde el acomodo de la vida moderna. Sus producciones tienen una condición que no sólo es producto de su pobreza (no como causa suficiente), sino de su condición cultural marginal. Habrá que valorar esto. Todos los intentos por darles un estilo de vida acorde a la modernización es, en este sentido, una perversión de su modo de ser.
La organización  de las bandas nos conduce a verlas como una identidad inscrita en el espacio mismo, construyendo una arquitectura simbólica viviente; en un proceso dialéctico donde la negación se transforma en una autoafirmación osada, retante; donde la escritura territorial dibuja esa identidad en el propio cuerpo, de manera extendida e inseparable. La ritualización recupera todos esos elementos de la vida comunitaria que los procesos civilizatorios han querido negar por considerarlos “primitivos”: Con un lenguaje propio, no aséptico, hermético, casi inseparable de las cosas; con un vínculo místico con ritos de iniciación que incluyen la reinvención de los nuevos miembros, la fraternalización de los propios y la agresión contra los ajenos, y con un grito de guerra para afirmar su presencia... Estos jóvenes son signo de algo que, tal vez por una incapacitación
neoliberalista, hemos dejado de preguntarnos: ¿Qué significa vivir en comunidad?
En los últimos años, los estudiantes han tenido poca relevancia en la vanguardia juvenil. Lo cual nos permite pensar que las universidades han dejado de ser fermento de los movimientos juveniles. La educación universitaria, más cercana a la mera instrucción, distrae a los jóvenes con la información, pero se ha olvidado de generar espacios  de pensamiento. ¿Es posible que estas instituciones se hayan resignado a ser simplemente mecanismos de incorporación social (sobre todo después del peligro que representó en el 68 la disidencia estudiantil)?, ¿Es posible que hayan renunciado a ser los campos de batalla para las ideas? ¿Han dejado de ser las universidades espacios juveniles?
¿Cuáles son los espacios juveniles actuales? Los textos revisados nos hacen pensar que sólo hay dos opciones: las calles o los medios de comunicación masiva. ¿Será esto signo de una ganancia o de una pérdida?
Como generando un  collage, los jóvenes viven la mexicanidad sobreponiendo los símbolos de su identidad regional con las producciones foráneas. Se desplazan a nuevas fronteras culturales, donde lo propio y lo extraño se incorporan en un único proceso. ¿Es esto debilidad o fortaleza?
De cualquier manera, cabe recordar que la juventud es inherentemente conflicto, y que sólo por el artificio del conflicto la consciencia se  mueve, dejando su tendencia inercial al reposo, a la realidad “normalizada”. Ser joven es estar en los márgenes y en el “ojo del huracán”.

¿Se puede ser joven de otra manera?