Viktor Orban es la referencia de los movimientos de la derecha radical europea, el modelo sobre el que edificar sus asaltos al poder en cada uno de los países donde han emergido, con especial intensidad en los años de la post-crisis, partidos xenófobos, anti-inmigración, euroescépticos y nacional-populistas. Muchos de ellos, con aspiraciones serias -algunas ya reales; sobre todo, en coaliciones- como formaciones de gobierno. Aunque algunas, como el Fidesz húngaro, con votos suficientes como para ostentar un Ejecutivo monocolor. Su líder, Orban, de 54 años, es también la bandera del nacional-populismo que arraiga en la UE, el espacio de las libertades civiles por antonomasia. Nadie como él puede exhibir un road map tan preciso para alcanzar el gobierno. Lo acaba de demostrar una vez más, y van tres. En las recientes elecciones presidenciales del 8 de abril, acaparó casi el 50% del escrutinio y su brazo político, Fidesz, acaparó más de dos tercios de los 199 escaños del parlamento húngaro.
Su hoja de ruta se basa en impulsar reformas constitucionales, en el control ideológico de las instituciones del Estado y en lanzar a través de medios afines teorías ‘conspiranoides’
Pero, ¿cómo es Orban?, ¿De qué fuentes doctrinales bebe su partido? P, ¿por qué se ha erigido en el estandarte de la extrema derecha en Europa, y su ideario en la nueva reserva espiritual de Occidente? Precisamente en su heterodoxia económica y en el fango ideológico que siempre ha acompañado al fascismo. Estrategia que siempre le ha conducido a recabar apoyos ciudadanos desde las más amplias -y diferentes- posiciones del espectro 
Si Orwell fuera un coetáneo de la era digital y del Siglo XXI, pensaría en Orban a la hora de definir el nuevo nacional-populismo europeo. No sólo porque su homólogo Jaroslaw Kaczynski, líder de Ley y Justicia -el PiS polaco hermano político de Fidesz- e inspirador en la sombra de un Ejecutivo de fieles que ha puesto en marcha, en la actual legislatura, la misma hoja de ruta que su adorado presidente húngaro en su decenio gubernamental. Desde una reforma educativa centralizada y con claros vestigios de autoritarismo, al nombramiento de acólitos del PiS en las altas esferas del Ejército, Fuerzas de Seguridad y servicios secretos, o la renovación, a su antojo, del Tribunal Constitucional, mientras lanzaba acusaciones de alta toxicidad, como la que señala a la opositora Plataforma Cívica como responsable de la muerte de su gemelo, Lech, en accidente aéreo, en 2010, cuando ejercía como presidente del país. Porque las tesis conspiranoides -inspiradas con fake news desde medios de comunicación afines, incluidos los canales estatales- están a la orden del día. También porque la influencia del dirigente húngaro se ha expandido por las formaciones de ultraderecha europeas.
"El caso del AfD evidencia la fuerza de la demagogia: sólo el 34% de los alemanes que les dieron su confianza en septiembre lo hicieron con plena convicción de su ideario"
Si Polonia es el más fiel seguidor de la Hungría de Orban -Varsovia sopesa una nueva Carta Magna, como hizo su vecino, tras el control del Constitucional y una reforma electoral que le permita perpetuarse en el poder, al tiempo que ejerce un milimétrico seguidismo a Budapest en su deseo de articular políticas comunes del Grupo de Visegrado, que conforman ambos países junto a la República Checa y Eslovaquia, para hacer de contrapeso interno a la UE-, la mayor parte de las formaciones de este signo que han cobrado vitalidad por las latitudes del club comunitario ven en su itinerario una especie de Santo Grial. En los discursos de sus líderes, subyace los azotes dialécticos de Orban contra las políticas de inmigración -pese a que tanto Hungría como Polonia tienen tasas de residentes extranjeros testimoniales y, en su mayoría, proceden de Ucrania, sin casi presencia de población musulmana-, su rechazo a las cuotas de asilo, su odio a los invasores islamistas, su amenaza al Consejo Europeo si persiste en mantener los derechos civiles liberales que permiten la acogida de refugiados, o sus mensajes demagógicos cuando hay un atentado yihadista en alguno de los socios de la Unión o su respaldo a favor del Brexit, de inicio, y de un divorcio duro, en la actualidad, que irrita sobremanera al eje franco-alemán. A pesar de ser uno de los grandes beneficiarios de los fondos estructurales junto a sus colegas de Visogrado.