domingo, 23 de junio de 2019

LA ERA DE UN GENERAL. : AGUSTO PINOCHET

MATERIALES Y APUNTES


LA ERA DE UN GENERAL. :  AGUSTO PINOCHET
(El mercurio diciembre 2006)
Revolución económica, y social y política
   Fue claramente un hombre de inteligencia superior y con una enorme capacidad de trabajo. Su acendrado amor por la Patria lo llevó siempre a analizar si lo que hacía era bueno para Chile y para los sectores más desvalidos de la sociedad. Su gran capacidad para tomar decisiones rápidas fue atemperada por su sentido estra­tégico, que le indicó aguardar el momento propicio para deponer al gobierno de la Unidad Popu­lar. Este llegó cuando al inmenso clamor popular se unieron las asociaciones empresariales de la producción y del comercio, junto a todos los colegios profesionales y al gremio del transporte que paralizó al país. Más importante aún fue el acuerdo del Congreso que en agosto de 1973 declaró que el Presidente Allende se había salido reiteradamente de la Constitución.

Como Presidente de la Junta de Gobierno, el general Pinochet tuvo que resolver cómo afrontar la debacle económica, social y política en que el gobierno de Allende había hundido al país.

Su inteligencia analítica, su conocimiento profundo de Chile y de su pueblo, geográfica y psicológicamente, junto a la observación de los efectos de las políticas económicas instauradas por la Unidad Popular le permi­tieron captar rápidamente que en vez de producir para no importar —teoría cepalina de la sustitu­ción de importaciones— había que importar para poder expor­tar —teoría de las ventajas com­parativas—.

Las consecuencias lógicas de este nuevo modelo, llamado "Economía Social de Mercado" por incorporar, además, a los mercados y a sus precios como instrumento de distribución eficiente de los recursos produc­tivos nacionales— fueron la liberación de los precios, la rebaja gradual, pero relativa­mente rápida de los aranceles aduaneros, hasta llegar a un nivel parejo de 10% (para poder bajar los aranceles al 10% fue necesario que Chile se retirara del Pacto Andino en 1976. Des­de entonces y hasta hoy, éste ha sido imperante).

También fue necesario devaluar la moneda nacional para que el tipo de cambio real llega­ra al nivel de equilibrio corres­pondiente a las nuevas condicio­nes. Estas medidas produjeron una profunda redistribución de los recursos productivos nacio­nales hacia las exportaciones, incentivadas por el mayor valor del tipo de cambio y los inmen­sos mercados externos a los que Chile tuvo acceso gracias a su apertura unilateral al comercio internacional. A su vez, aumen­taron las importaciones de bie­nes que antes producíamos caros y de mala calidad. El resul­tado fue un aumento en canti­dad y calidad que benefició a todos los chilenos.

Consciente de la imperiosa necesidad de atraer capitales externos, el gobierno aprobó por ley el Estatuto de la Inversión Extranjera. Éste consagró la igualdad de trato para el inver­sionista extranjero respecto al nacional. Garantizó la propiedad privada de los capitales interna­dos y la seguridad de que la tributación no podría aumentar­ respecto del nivel imperante al momento de su ingreso.

La política social se basó en la focalización del gasto en los efectivamente pobres. El mapa de la pobreza confeccionado por Odeplan descubrió que la mayoría de los pobres queda­ban al margen de las llamadas políticas sociales. Estas se rediseñaron dando paso a la focali­zación del gasto social hacia los verdaderamente pobres. Se mejoró la atención hospitalaria con especial énfasis en las mu­jeres embarazadas y los recién nacidos. Gracias a estas medi­das la mortalidad infantil bajó a casi la cuarta parte entre 1973 y 1989. Se crearon las Isapres para que las personas de ingre­sos medios y altos pudieran acceder a mejores niveles de atención, desatochando así los hospitales públicos. Las AFP aumentaron el ahorro de los trabajadores y con ello ayuda­ron a crear un gran mercado de capitales con que financiar, en parte, el desarrollo del país. Sirvieron también para que las jubilaciones dependieran del propio esfuerzo y no de las influencias políticas. La educa­ción de descentralizó a través de la municipalización de los colegios públicos. Los profeso­res pasaron a depender de su respectiva municipalidad y debían negociar con ella sus contratos de trabajo de acuerdo a las normas del Código del Trabajo. Los profesores que no cumplieran con los niveles de calidad exigidos por los alcal­des podían ser despedidos cumpliendo con las normas de Código del Trabajo. Se permití también la creación de colegios privados gratuitos subvención dos —con un monto por alum­no similar al costo de un alumnos en los colegios públicos municipalizados— para establecer una competencia que incentivara, s ambos, a mejorar la calidad de educación en Chile.

También se estableció un sistema de desayunos y almuerzos escolares para los alumnos pobres. Gracias a la libertad que se dio para crear universidades privadas, el acceso de los jóve­nes a la educación superior más que se ha cuadruplicado entre comienzos de los '80 y el pre­sente.

La eficiencia tributaria y el control de la evasión mejoraron en forma importante con la reforma que creó el Impuesto al Valor Agregado (IVA), disminuyó altas tasas de tributación y moderó o eliminó tributos de alto costo de administración comparados con su rendimiento.

El Presidente Pinochet era un hombre cálido y afectivo y po­seía un gran sentido del humor Desconfiado por naturaleza, preguntaba hasta que se sentía seguro que había entendido en toda su extensión el problema de que se tratase. De excelente memoria, ponía en aprietos a cualquiera que, con el transcurso del tiempo, cambiara alguna de sus explicaciones. Por lo mismo, daba amplio acceso a s oído a los más variados personajes sin importar que fueran críticos o apoyadores de las medidas del Gobierno. Si algo parecía sensato, tomaba nota e interrogaba, rápidamente, al ministro pertinente sobre el asunto en cuestión. De esta manera, todas las políticas del gobierno eran revisadas en cualquier momento. Nunca nadie ganaba una discusión para siempre.

El conflicto con Argentina por el rechazo de ésta al laudo arbitral de la Reina de Inglate­rra y por sus pretensiones territoriales sobre islas chilenas pudo terminar en una guerra. Se sabe que ésta alcanzó a estar acordada por el gobierno ar­gentino. El Presidente Pinochet, apoyado por sus excelentes asesores civiles y militares, desactivó el conflicto sin ceder ni un milímetro de los derechos de Chile. Su firmeza y pruden­cia desembocaron en la media­ción del Papa Juan Pablo II que articuló un tratado de paz y amistad. ¡Qué graves daños nos evitamos chilenos y argentinos!

La Constitución aprobada por plebiscito en 1980 reformó pro­fundamente el sistema político. Al aprobar el sistema binominal obligó a los partidos a evitar la fragmentación que tanto contri­buyó, en el pasado, a la ingober-nabilidad del país. Así, incentivó la formación de dos bloques que tienen diferencias internas, pero que mantienen su unidad. Res­petando la Constitución, el Presidente Pinochet convocó a elecciones en 1989, tras perder el plebiscito de 1988. Las eleccio­nes se realizaron en un ambiente tranquilo y con total transparen­cia y el Presidente aceptó el veredicto negativo del electora­do, entregando el mando en marzo de 1990.

El Presidente Pinochet se adelantó por muchos años a innumerables países en el reco­nocimiento de que la libertad económica y la competencia liberaran enormes fuerzas de creatividad en los empresarios y trabajadores de cualquier país del mundo. Es lo que ha sucedi­do, y sigue sucediendo, en Chile. Es lo que explica también por qué los rasgos fundamentales del modelo han sido mantenidos por los gobiernos de la Concer-tación desde 1990 a la fecha.

La revolución económica, social y política que desencade­nó el Presidente Pinochet es incontrovertible, como los son sus resultados.

La historia que, para ser ver­dadera, sólo puede escribirse cuando han desaparecido las pasiones, reconocerá en el Presi­dente Pinochet al mejor estadis­ta de Chile del siglo XX.

SERGIO DE CASTRO Ministro de Economía entre 1975 y1976. Ministro de Hacienda entre1976 y 1982.


Responsabilidades compartidas

Las FF.AA., encabezadas por el General Pinochet, tuvie­ron el 11 de septiembre de 1973 un apoyo inmensamente mayoritario de los chilenos. Su pos­terior gestión de gobierno, particularmente en lo relativo a las profundas modernizaciones llevadas a cabo en lo económico e institucional, vigentes en lo esencial hasta ahora y con manifiestas proyecciones futu­ras, contó con un poderoso respaldo ciudadano y con la directa colaboración de políti­cos de derecha y de centro, pero sobre todo de destacados profesionales civiles, especial­mente economistas.

El masivo apoyo a la decisión que las FF.AA. adoptaron el 11 de septiembre de 1973, y el respaldo a su gestión de gobierno, tardaron en desgastara en el tiempo. Suele olvidarse que en la redacción de las par­tes substanciales más valiosas de la Constitución del 80, has ahora vigentes, tales como bases de la institucionalidad, derechos y deberes constitucionales, Tribunal Constitución autonomía del Banco Central de la Contraloría General, participaron de la manera más destacada constitucionalista democratacristianos como don Alejandro Silva Bascuñán y Enrique Evans de la Cuadra Estos distinguidos profesor sólo abandonaron la Comisión Redactora en 1976, precisamente cuando el Gobierno Militar disolvió el Partido Democracristiano y, además, inquietos por la demora en la restauración plena de la normalidad democrática.

Pero más que esa demora, fue el tema de los derechos humanos lo que deterioró la imagen del Gobierno Militar y arrastró dolorosas consecuen­cias humanas para el general Pinochet , su familia, al enfren­tarlo a procesos penales inter­minables, salvo por una causal: la muerte del procesado.

Los procesos penales contra el general Pinochet han termi­nado. Vivió para sufrirlos, mucho más años que sus cana­radas comandantes en jefe de septiembre de 1973 y aun más que muchos de sus subordina­dos de entonces. La implacable cólera de las víctimas o de los familiares de los caídos, pero más que eso, la evolución del derecho penal en el mundo occidental a partir de los juicios de Nuremberg, debieron hacer predecible lo que se venía enci­ma a partir de la pérdida del poder político. Someter a la justicia penal ordinaria el juz­gamiento de la conducta de un jefe militar y jefe de estado, que actuó no ahora, ni dentro de los últimos quince o veinte años, sino hace tres décadas, no ha podido ser justo ni adecuado. Entre otras razones, porque conductas de esa naturaleza nunca son de una persona o de un número de personas que puedan caber dentro de los márgenes de un proceso penal, siempre inadecuado para juz­gar a todo un sector del país. Es decir, inadecuado para juzgar políticamente.

El general Pinochet encabezó, dirigió, condujo con particular autoridad y don de mando. Pero la responsabilidad de lo que hizo, como la de todos los go­bernantes, fue compartida por quienes le siguieron; es decir, en este caso, por una parte subs­tancial del pueblo chileno, entre los cuales muchos pudieron influir para que, en cuestiones como el manejo de los derechos humanos, se hubiera actuado de modo diferente.

Todo eso ahora ha termina­do. El general Pinochet murió cristianamente. Ese tiene que ser el mejor consuelo para su familia. Y, ojalá, también para quienes, cuando gobernó, fue­ron sus seguidores, y sientan que, al final de sus días, lo dejaron solo.

RICARDO RIVADEHEIRA Ex presidente de Renovación Nacional, ex integrante de la Comisión Redactara de las Reformas a la Constitución


Una figura que  excedió su tiempo

La imagen de los grandes hombres suele desbordar la capacidad de perspectiva de sus contemporáneos. Hace algo más de dos mil años, Marco Antonio debía defender la del recién asesinado César de las detracciones de sus conciudadanos ("el mal que los hombres hacen los sobrevi­ve; su bien es frecuentemente sepultado ¡unto a sus hue­sos"). Hace doscientos, la prensa francesa ("Le Moni-teur") calificaba de "Mons­truo" al derrotado Bonaparte. Y hace poco más de ciento sesenta, O'Higgins, nuestro hoy glorificarlo Libertador y Padre de la Patria, moría des­terrado en Lima. En todos esos casos, el juicio definitivo de la historia fue finalmente más benévolo que el de sus contemporáneos. Igual sucederá  con Augusto Pinochet.

Sacó al país con bien de desa­fíos gigantescos. La amenaza de guerra en el norte, en 1973-74, obligaba a su gobierno a repri­mir con severidad a una guerri­lla interna poderosa, como la marxista (diez mil o más civiles en armas y trece mil extranje­ros, según Frei Montalva y Aylwin). Fue, sin embargo, derrotada con un saldo de caídos sorprendentemente bajo (2.774 por la acción de las Fuerzas Armadas y de Orden y 423 por la de la violencia extre­mista). Y gran parte de las bajas (2.244) ocurrió justamente en 1973 y 1974, después de lo cual el país se pacificó.

Otra vez al borde de la gue­rra por causas externas, en 1978 Pinochet condujo con pulso firme la defensa del territorio, que salvó de la emergencia íntegra e intocado.

A la ruina económica heredada de la Unidad Popular se había sumado la crisis del petróleo de 1973, con efectos devastadores. Pero ya en 1984 ambas eran superadas. Y el nuestro fue el primer país la norteamericano en salir de la nueva crisis de los '80.

La economía abierta, las privatizaciones, la reforma previsional, la laboral y la n ñera fueron políticas suyas admiradas e imitadas. Pinochet "transformó a Chile en la m floreciente economía de América Latina" ("The Wall Stree Journal"), con alto crecimiento, bajo desempleo y retroceso la pobreza. Bill Clinton lo llamo "la joya más preciada de la corona latinoamericana".

Su Constitución de 1980, aprobada por el pueblo, le dio  Pinochet un mandato adicional de ocho años, por lo cual no puede ser llamado "dictadura” Y restableció una democracia más sólida que la de 1973.

Pero "la izquierda odia a Pinochet, porque frustró el intento de transformar a Chile en otra Cuba y, en consecuen­cia, hizo de Chile una nación modelo de América Latina" ("The Wall Street Journal"). Sabedores de que después de su gobierno sobrevendría una persecución ilegal e inmisericorde de la izquierda, para privarlo de su libertad y su patrimonio, admiradores de su obra, entre ellos míster Willíam Albritton, presidente del banco Rigg's, procuraron poner a salvo en el exterior parte de sus haberes. Muchos le hicieron donaciones. Pero izquierdistas norteamericanos aprovecharon la Patriótica Acción derivada del atentado contra las Torres Gemelas, para investigar esas cuentas, exagerando su monto .Con todo, como dijera su abo­gado, Pablo Rodríguez, no hay un solo centavo mal habido en ellas.

Almorzando con amigos, entre los cuales me contaba, días antes de su muerte, nos declaró: "Juro por la memoria de mi madre que nunca gasté un peso que no me correspon­diera".

Muchos se alejaron de él cuando arreció la campaña en su contra y algunos se sumaron a ella. Pero ninguno es necesa­rio para que Pinochet, más temprano que tarde, sea reivin­dicado como el estadista chile­no más importante y exitoso del siglo XX. Como ha dicho el historiador Gonzalo Vial, hace poco, su figura es de aquellas que los norteamericanos descri­ben como "larger than life", y la reivindicación de la misma parece ya comenzar.

HERMÓGENES PÉREZ DE ARCE  Abogado, periodista y ex diputado