miércoles, 21 de agosto de 2013

GUIA ELECTIVO REALIDAD NACIONAL N 3 UNIDAD: JÓVENES Y CULTURA JUVENIL TEMA:TRADICION, MODERNIDAD IDENTIDAD Y CULTURA JUVENIL

GUIA ELECTIVO REALIDAD NACIONAL N 3

TEXTOS SOBRE CULTURA JUVENIL Y MEDIOS
ADAPTADO DE "CULTURA JUVENIL Y MEDIOS"  - RAMIRO NAVARRO KURI
-Entre la tradición y la modernidad
-Identidad juvenil y cultura

TEXTO 1 :Entre la tradición y la modernidad
Los medios electrónicos de enlace y de almacenamiento de información dieron cumplimiento a la  fantasía moderna de estar presente en múltiples lugares al mismo tiempo. La multilocación es, en  realidad, la multiplicación de la mirada hasta poder observarlo todo en detalle, modificando nuestra  representación espacio-temporal. La posibilidad de verlo todo y de disponer de toda la información  de manera rápida y eficiente, pronto generaron la ilusión de la simultaneidad y de omnipresencia. 9 Con el advenimiento de los medios, lo que experimentamos no es ya el fenómeno de la  comunicación, sino la existencia del otro a través de nuestra mirada. Por decirlo así, es saber que el  otro me mira lo que me hace tomar conciencia de que también soy objeto, de que al ser mirado mi  conducta se  altera. 10 Esta presencia, inquietante y extraña en un principio, se cotidianiza, se normaliza. Así, lo que en un inicio es invasión, termina por convertirse en algo familiar.
Es esa “mirada omnipresente” y esa “memoria” capitalizada en bancos electrónicos lo que constituye el estigma de nuestra época. El mundo se compara, se extraña, se mezcla, se asimila en el ir y venir de otros modos de vida, otras producciones, imágenes de otros pueblos. Es eso que se ha dado por llamar “globalización”. En esto consiste la modernidad cultural. 11“La inevitable modernidad”, como la llama Roger Bartra; 12 su rostro anglosajón ha invadido el territorio mexicano con sus variadas producciones (cine, música, televisión, etc.), llenando a sus pobladores de nuevas fantasías y frustraciones. Esta irrupción ha provocado el desmantelamiento del discurso oficialista de la identidad nacional (autoritarismo disfrazado de nacionalismo), generando la disociación entre nación y sociedad moderna. Pero ya nada puede detener la transformación cultural. La identidad  del mexicano ha dejado de ser una política de Estado para permitir el libre flujo de la construcción simbólica, desarticulando las categorías nacionalistas 13
La modernización, parámetro de lo actual (o viceversa), como señala Monsiváis, 14  nos seduce, nos confronta. Esta presencia seductora de otras formas de vida y de consumo, aparecen como una seria amenaza para lo regional: su cultura, su identidad y sus tradiciones. La imitación es alienación y el consumo es asimilación. Esta preocupación ante el peligro de dejar de ser lo que somos, ésta pérdida gradual de nuestro universo simbólico, ha propiciado que diversos autores se hayan dedicado en los últimos años, a reflexionar sobre lo que esto significa.
En términos generales, suelen definir la cultura como el conjunto de simbolizaciones, significados, valoraciones, normas y comportamientos propios de una comunidad social, dada en un espacio y en un tiempo. 15  De esta manera, la cultura actúa como un vínculo de sentido y normatividad que marca las reglas del juego.
La cultura es dinámica. Se transforma constantemente: cambian hábitos, ideas, las maneras de hacerlas cosas y las cosas mismas, para ajustarse a las transformaciones que ocurre en la realidad y para transformar a la realidad misma.16
La defensa de la cultura e identidad propias, ha conducido, al consenso de un rechazo a la concepción de la Cultura como un producto aparte de la vida misma y sus vicisitudes, desde lo más inmediato hasta lo más abstracto, como lo señala García Canclini:
La cultura designa, en la actual perspectiva, la dimensión simbólica presente en todas las prácticas de todos los hombres, con lo cual a la vez que se afirma su imbricación en lo económico y social se crea la posibilidad analítica de distinguirla.17 La  paradójica cercanía de lo extraño instaura una nueva dinámica social: la desterritorialización; una presencia “virtual” que prescinde ya de la simbolización territorial y se abre a nuevos vínculos
y reconocimientos. Se percibe, en el proceso de globalización, un “descentramiento” y
“deconstrucción” de la cultura occidental, propiciando un cambio significativo tanto en las cosmovisiones como en los usos y hábitos. Así, en “este bricolage donde se cruzan diversas épocas y culturas antes alejadas”,18  la globalización ha de pasar por el caos inicial generado por el desborde de los límites territoriales de la cultura:
La heterogeneidad cultural semeja la implosión de significados consumidos, producidos y reproducidos y la desestructuración concomitante de representaciones colectivas, los problemas de la identidad y su búsqueda, una confusión de demarcaciones temporales, parálisis de la imaginación creativa, pérdida de las utopías, atomización de la memoria local, caducidad de las tradiciones.
19En este escenario, la identidad no será ya una adversativa irreductible y excluyente entre la tradición
y la modernidad; por el contrario -asevera Giménez-, 20   la interacción cultural conduce cada vez más a una reafirmación de las identidades étnicas y regionales, la  globalización económica y la internalización de la cultura, lejos de conducir a la liquidación de los particularismos locales y culturales, contribuirá (como ya está ocurriendo) a su reafirmación y revitalización. 21
Tal vez, se podrá llegar al momento en que ya no anhelemos  lo otro  como algo novedoso y seductor, simplemente porque ya no será algo desconocido.
TEXTO 2. Identidad juvenil y cultura
Sabemos que la cultura no es un adjetivo ni un añadido accidental. Todo aquello que cae bajo  la designación de este término, conlleva necesariamente a la vida humana dibujada por las formas simbólicas.
22 Análogamente, la cultura juvenil no es la sola expresión de “una etapa de la vida” sino la condición de una existencia que exige tener reconocimiento, tanto en su especificidad social como en sus producciones.
En los textos analizados, advertimos que los autores presuponen la existencia de la cultura juvenil, sin cuestionarse en ningún momento su posibilidad; en todo caso, su principal preocupación consiste en realizar una buena comprensión de sus manifestaciones. Así, Valenzuela Arce se aboca al rastreo y análisis de los distintos tratamientos que se han dado al concepto de juventud sin señalar explícitamente qué sea la cultura juvenil, la asume  implícitamente a partir de sus producciones. 23 J. A. Pérez Islas y Luz M. Guillén 24 en un recorrido histórico del concepto de juventud desde el siglo
XVIII, entienden a la cultura juvenil como una “praxis” subalterna, que se define por sus “usos” frente la las concepciones prácticas y “oficiales” del mundo. Por su parte, Mier y Piccini 25 realizan un buen recorrido sobre la irrupción de la cuestión juvenil a partir de la segunda mitad del siglo  XX; con un tratamiento semiótico se adentran en las dimensiones simbólicas del horizonte juvenil. Por último, Carles Feixa propone una definición de cultura juvenil como punto de partida, refiriéndola como “el conjunto de formas de vida y valores”. 26
Entender la juventud como un fenómeno social y cultural, implica dejar de lado categorías de intelección estática. La cultura juvenil se mueve en los márgenes de la identidad, si no, perdería esta condición. En este sentido, la identidad del joven se desplaza en los límites de la construcción significativa, de la literalidad cultural. Es decir, no hay intelectualización ni cálculo, sino un juego de sentidos, explosivo, indeterminado y secuencial, donde la composición requiere de estar en el seno de la dinámica lúdica; tal como ocurre en la improvisación narrativa del cuentero, en la secuencia indeterminada del jazz o en el reto de “dobles sentidos” del albur. El joven no se detiene a intelectualizar la tradición o las identidades culturales y sus discursos; sin más, las vive, las traslada, para convertirse él mismo en una metáfora de la renovación cultural.
La juventud como actor social y como problema de estudio hace su aparición en la segunda mitad de nuestro siglo. A partir de ese momento deja de ser un simple adjetivo para devenir en un
“modo de ser”. Lo joven, de calificativo genérico, pasa al estatuto de sujeto que como tal, demanda legitimidad y participación en las decisiones sociales, políticas, culturales y morales. Es precisamente en el período de la postguerra, cuando el proceso de sincretismo cultural se vuelve notablemente dinámico a escala mundial y, junto con el crecimiento económico de los sectores medios, es que el concepto de juventud cobra relevancia. 27
Si la juventud es un fenómeno de posguerra, en este sentido parece inevitable concluir que es también un fenómeno posmoderno. Las transformaciones que operan a partir de aquella etapa como reordenamiento de la sociedad moderna, posibilitan que el joven adquiera ciudadanía en la magnitud que implica este último término.
En un sentido amplio, las culturas juveniles refieren el conjunto de formas de vida y valores, expresadas por colectivos generacionales en respuesta a sus condiciones de existencia social y material. En un sentido más restringido, señalan la emergencia de la juventud como nuevo sujeto social, en un suceso que tiene lugar en el mundo occidental a finales de los años ’50, y que se traduce en la aparición de la “micro sociedad” juvenil, con grados significativos de autonomía con respecto a las instituciones adultas, que se dota de espacios y de tiempos específicos.
28Este acto de “soberbia” juvenil, que comienza con el cuestionamiento del  saber legítimo postulado desde la ciencia y las instituciones que la detentan,
29 al trasladarse al ámbito social implica que el discurso científico pierda  su condición de legitimador democrático, y sea confrontado por una participación más activa de las comunidades. En ese sentido, el mundo vuelve a ser una representación de la voluntad y no simplemente de la razón (Shopenhauer toma revancha sobre
Hegel).Lo  que está en juego es el papel social de la ciencia como discurso que da base y fundamento a la democracia como categoría universal.
Este quiebre representa al mismo tiempo un distanciamiento con respecto a las instituciones fundadas en el proyecto de la modernidad. La razón convertida en consigna universal deja de ser el referente de los designios comunitarios, cada vez más específicos y regionales. Al mismo tiempo, esta fragmentación posibilita el surgimiento de manifestaciones sociales y culturales que venían gestándose ya en la periferia de la legitimidad sociocultural. La sociedad se “sectoriza” y los movimientos sociales adquieren una relevancia inusitada.
Los movimientos juveniles de la posguerra ubicados fundamentalmente en el contorno de las universidades, expresan sin duda la primera gran ruptura con la modernidad. Se trata de un cuestionamiento al saber identificado con el orden social y político:
Los estudiantes respondieron inusitadamente, con una simplicidad de sarmante y alarmante: porque no es  indispensable ese saber acumulado, inmóvil, a renta, para decidir sobre el propio deseo de aprender
y sobre la naturaleza del saber admisible; porque la experiencia académica no bastaba como criterio que ofreciera garantías para el enriquecimiento de la gestión, más bien se mostraba como un factor quela conducía a un movimiento torpe y esclerotizado por intereses ensombrecidos.
30No podemos dejar de usar la metáfora psicoanalítica y ver en toda esta transformación un nuevo parricidio: el Logos, gran padre de la modernidad,  asesinado en función de la deseada autonomía de sus hijos. En ese momento la ruptura del orden traerá consigo la explosión de lo pulsional, de las emociones, de lo individual de lo particular y regional, etcétera. Lo propio, lo específico dan pie a la  nueva búsqueda donde la legitimidad esté dada, no a partir de lo válido para todos, sino a partir de la identidad. Allí lo verdadero no será un discurso, sino una afirmación y, con frecuencia autoafirmación.
Al mismo tiempo que es repudiado, el saber se convierte en una herramienta de igualación con las jerarquías, las autoridades y las generaciones pasadas.
Los testimonios de esa época nos permiten ver que no se trataba de un movimiento dirigido por una propuesta, sino solamente por la negación.
31¿Qué buscaban los jóvenes? Todavía es algo difícil de comprender. Sus demandas mostraban una desproporción inaudita. ¿Cómo podría el joven cuestionar lo que no conoce? ¿Con qué criterio podría establecer si su visión era o no la correcta? ¿Cómo  podía repudiar el orden social y sus instituciones, si al mismo tiempo no mostraba objetivamente las deficiencias a corregir?
Hoy alcanzamos a ver que en ese rompecabezas de la posguerra, los movimientos estudiantiles no fueron un fenómeno aislado. Por el  contrario, adquieren un profundo sentido en la amplitud cultural de ese momento. Sin embargo, el hecho mismo de que los jóvenes hayan aparecido en escena, nos permite reconocer allí un desplazamiento cultural y no, como lo señalan Mier y Piccini, de una fisura. En efecto, la organización social urbana, cada vez menos dependiente de la estructura familiar, agrupa a los individuos de acuerdo a sus propias condiciones o intereses (clase, género, ingresos económicos, preferencias de uso y consumo, estilos de vida, identidad sexual, generaciones, laborales o profesionales, etcétera,) de suerte que el proceso de identificación opera cada vez más de acuerdo a estas identidades colectivo-gremiales. 32
El trabajo y la ocupación generan gradualmente un mayor impacto en las relaciones sociales, pasando cada vez más a un segundo plano el vínculo familiar. Hoy, el joven debe decidir cuál será su profesión, oficio y ocupación más allá de las determinaciones parentales, quedando abierto y por consolidarse su proceso identificatorio. El joven en este sentido, es un ente colectivo, (por eso también, es tan proclive a la masificación).
De esta forma, la población deviene en una interacción de fuerzas provenientes de los grupos de identificación horizontal (similitud geográfica, genérica, generacional, ocupacional, profesional, de intereses, por empatía, etcétera), cada sector social demanda para sí el reconocimiento de su estatuto y participación activa en los destinos sociales. 33  En su especificidad sociocultural, los jóvenes son la punta del iceberg de este nuevo orden social. 34
Bajo estas condiciones, no podemos ver los movimientos juveniles como el mero resultado de una “crisis cultural”, antes bien, el activismo estudiantil es la expresión de un orden social que requiere de una comprensión de la cultura, no ya como proceso de normalización vía aprendizaje y validación, sino como una inscripción actual y específica en cada uno de los actores sociales.
El joven, como sujeto social, ya no admite que su vida se supedite  a un futuro incierto; reclama el reconocimiento de sus condiciones actuales. En todo caso, es su vida la que está en juego y esto presupone conciencia.
¿Dónde ubicar la cultura juvenil?, ¿cómo designarla y comprenderla? Los términos utilizados
(“subcultura”, “contracultura”, “nueva cultura”) parecen estar repitiendo el juego “clasificatorio” de un fenómeno que no nos cabe en nuestros archivos del saber oficial.
35Si la reacción juvenil es entendida como contracultura, bien podría decirse que se trata de un rechazo a las instituciones de la modernidad (Estado-instituciones, educación-saber, orden normalidad, usos-conducta, gusto-buen sentido, etcétera), pero no se sitúa en una acción “contra la cultura”, sino contra aquellos saberes-instituciones que enmascaran el poder, bajo el ropaje de “el resguardo” de los valores nacionales. Por otro lado, si aceptamos designar a las producciones juveniles como subculturas, implícitamente aceptamos también una concepción “desarrollista” o de
“minoría de edad”. Como bien señala Carles Feixas, habrá que designarles simplemente,  culturas juveniles.
36La aventura posmoderna inicia su recorrido con la proclama de la autonomía: del individuo, de las etnias, de los grupos sociales y las subculturas. 37
Así, de la negación (contracultura) se pasa a la autoafirmación (identificación de la cultura con las manifestaciones específicas de una región o grupo social). Si todo se fundamenta en la identidad y si ésta, por el principio lógico es siempre verdadera, entonces mis pretensiones ya no podrán ser refutadas: lo falso ya no será lo erróneo sino lo inauténtico.
Irónicamente, la ruptura con la modernidad lleva hasta sus últimas consecuencias el postulado del autor más típicamente moderno: Descartes. Podemos negar todo orden, toda jerarquía
y valoración, cuestionar todo constructo social, pero hay algo que permanece, que apunta hacia la propia posibilidad de mi cuestionamiento o rechazo; se trata del sedimento significativo con el que el mundo entra en juego: la propia identidad. Así, cartesianamente, la invasión del desorden tiene un riesgo calculado: todo podrá ser reconstruido a partir de eso que yo soy. Pero todo parricidio también deviene en culpa: la pérdida de la inocencia y su consecuente nostalgia expresada en el cinismo de lo ya visto. Después de la euforia y de la orgía de las pulsiones queda un remanente de desconsuelo. La exaltación de la identidad trae consigo el castigo del desamparo.
Con la conquista de la autonomía viene aparejado el fardo de la autodeterminación. Hemos ganado el derecho a la expresión y a la decisión a partir de lo que somos; sin embargo, queda al descubierto la necesidad de descifrar nuestra identidad y a partir de ella, decidir lo que haremos con nuestras vidas.
En efecto,  la afirmación de lo específico, de lo peculiar, permitió rescatar a la cultura vivida como el referente único de toda experiencia originariamente culta. Pero al mismo tiempo, el lo implica que los parámetros de comparación y de ejemplaridad ya no tengan validez. Ya no podemos preguntarle al otro hacia dónde podemos dirigirnos, porque eso solamente puede ser respondido desde la indagación de lo que somos. Más allá de las discusiones que se han presentado entre el sostenimiento de la cultura popular frente a la alta cultura, está sin duda la tarea de decidir sobre la propia concepción de cultura, sin caer en la incapacidad definicional producto del absurdo Peculiarísimo. Esto significa que la experiencia cultural debe moverse en los márgenes de lo externo
y lo interno, pues en este sentido, la cultura es el roce de la contradicción que nace en la afirmación misma de la identidad frente a lo otro.
Esto desde luego se torna más radical si lo pensamos en términos de una cultura juvenil.  De la misma manera que la  cultura regional reclama para sí todos los atributos de la cultura, los sectores sociales juveniles reclaman para sí su autonomía y reconocimiento. El rechazo generalizado a la teoría del desarrollo, producto de las categorías universales de la maduración y plenitud del ser, tanto en el orden biológico como psicológico y social,  y que habían sido aplicadas tanto al desarrollo del individuo como al de los pueblos y las sociedades, conlleva necesariamente a la condena de toda conducción social sustentada desde la calificación de “minoría de edad”. El ordenamiento social sustentado en el “desarrollismo”, es decir, en el reconocimiento a partir de la mayoría de edad, se desarticula frente a las demandas de reconocimiento de las diferencias tanto individuales como sociales y culturales. Así, como la mujer exige para sí el mismo trato y participación social y, se reconocen los derechos infantiles, los jóvenes exigen ser reconocidos como sujetos activos de sus destinos sociales.
Los movimientos estudiantiles son la primera reacción en cadena a inicio de la globalización: 38  no se trata de procesos de imitación o de circunstancias similares. Es una rebeldía contra el status quo, buscando la participación activa e incluso deliberativa.
Ahí parecieron confluir los órdenes para devolver su imagen a esa juventud que en un momento dado había dado muestras de una conducta que lo inscribía en la categoría de los actores sociales autónomos.
39Más allá de lo escandalosa que pudo parecer la conducta de los jóvenes en esos momentos, como he señalado no se trataba de un movimiento intelectualizado. La liberación pulsional no es una expresión de ruptura, ni generacional ni cultural, más bien se presenta como invasión de los espacios formales transformados en espacios lúdicos.
... el análisis de todos los comportamientos juveniles habla elocuentemente de un proceso incesante, carente de márgenes de contención durante el cual los jóvenes se sumergen y se apropian del vasto conjunto de saberes.
40 Si, como pensamos se trata de una afirmación de la identidad, su consecuencia inmediata será la autenticidad como único mecanismo de validación. Lo auténtico viene a sustituir lo verdadero.
Pero en este caso, lo auténtico no está referido de modo inmediato a la fidelidad con la tradición, sino a lo primario, a lo no envuelto con ropajes de la sofisticación. En este sentido, se dirige a lo instintivo y pulsional, a lo dado “por naturaleza”, a  eso que no ha sido desviado o coartado por la arbitrariedad humana. Todo límite es entonces represión y encubrimiento de poder.
Liberar el cuerpo, es ganar el primer territorio de autenticidad y, en consecuencia, de identidad.
La frontera entre la libertad sin restricciones y la transgresión se hace casi imperceptible.
Pero el escándalo se cotidianiza. Las jóvenes podrán mostrar de aquí en adelante su cuerpo teniendo como única restricción la moda o los límites de la seducción (según sea el caso o la preferencia). La informalidad en el vestir y en el hablar será uso común en las zonas urbanas. La mayoría de los espacios de convivencia serán ya una prolongación doméstica e informal. Las celebraciones dejarán de lado un protocolo rígido y preestablecido. Lo espontáneo es más auténtico porque acaba con el disimulo.
Las conquistas juveniles se convierten  en patrimonio universal de la nueva conducta social.
El modo de vida, al ritmo y a la manera de la juventud, deviene en paradigma de la vida productiva
y placentera. Esta “plenitud juvenil” tiene un lado oscuro. De una generación a otra, la tolerancia suele traducirse en permisividad. El joven tiene derecho a experimentar con su cuerpo, con el orden, con su ropa, sus amores y amistades, con el lenguaje y sus expresiones. Esta permisividad le dio al joven el estatuto de transgresor con licencia. 
En todo caso, parece que todavía no logramos comprender, en su real magnitud, todo lo que implica la irrupción del “fenómeno joven” como sujeto social. Será necesario “abrir terreno a la nueva cuestión juvenil”, como advierte Carlos García de Alba
41 para alcanzar  a sopesar el verdadero alcance de las transformaciones culturales contemporáneas