GUIA ELECTIVO REALIDAD NACIONAL N 3
TEXTOS SOBRE CULTURA JUVENIL Y MEDIOSADAPTADO DE "CULTURA JUVENIL Y MEDIOS" - RAMIRO NAVARRO KURI
-Entre la tradición y la modernidad
-Identidad juvenil y cultura
TEXTO 1 :Entre la tradición y la modernidad
Los
medios electrónicos de enlace y de almacenamiento de información dieron
cumplimiento a la fantasía moderna de
estar presente en múltiples lugares al mismo tiempo. La multilocación es, en realidad, la multiplicación de la mirada hasta
poder observarlo todo en detalle, modificando nuestra representación espacio-temporal. La
posibilidad de verlo todo y de disponer de toda la información de manera rápida y eficiente, pronto generaron
la ilusión de la simultaneidad y de omnipresencia. 9 Con el advenimiento de los
medios, lo que experimentamos no es ya el fenómeno de la comunicación, sino la existencia del otro a
través de nuestra mirada. Por decirlo así, es saber que el otro me mira lo que me hace tomar conciencia
de que también soy objeto, de que al ser mirado mi conducta se
altera. 10 Esta presencia, inquietante y extraña en un principio, se
cotidianiza, se normaliza. Así, lo que en un inicio es invasión, termina por
convertirse en algo familiar.
Es
esa “mirada omnipresente” y esa “memoria” capitalizada en bancos electrónicos
lo que constituye el estigma de nuestra época. El mundo se compara, se extraña,
se mezcla, se asimila en el ir y venir de otros modos de vida, otras
producciones, imágenes de otros pueblos. Es eso que se ha dado por llamar “globalización”.
En esto consiste la modernidad cultural. 11“La inevitable modernidad”, como la
llama Roger Bartra; 12 su rostro anglosajón ha invadido el territorio mexicano
con sus variadas producciones (cine, música, televisión, etc.), llenando a sus
pobladores de nuevas fantasías y frustraciones. Esta irrupción ha provocado el
desmantelamiento del discurso oficialista de la identidad nacional
(autoritarismo disfrazado de nacionalismo), generando la disociación entre
nación y sociedad moderna. Pero ya nada puede detener la transformación
cultural. La identidad del mexicano ha
dejado de ser una política de Estado para permitir el libre flujo de la
construcción simbólica, desarticulando las categorías nacionalistas 13
La
modernización, parámetro de lo actual (o viceversa), como señala Monsiváis, 14 nos seduce, nos confronta. Esta presencia
seductora de otras formas de vida y de consumo, aparecen como una seria amenaza
para lo regional: su cultura, su identidad y sus tradiciones. La imitación es
alienación y el consumo es asimilación. Esta preocupación ante el peligro de
dejar de ser lo que somos, ésta pérdida gradual de nuestro universo simbólico,
ha propiciado que diversos autores se hayan dedicado en los últimos años, a
reflexionar sobre lo que esto significa.
En
términos generales, suelen definir la cultura como el conjunto de simbolizaciones,
significados, valoraciones, normas y comportamientos propios de una comunidad
social, dada en un espacio y en un tiempo. 15
De esta manera, la cultura actúa como un vínculo de sentido y normatividad
que marca las reglas del juego.
La
cultura es dinámica. Se transforma constantemente: cambian hábitos, ideas, las
maneras de hacerlas cosas y las cosas mismas, para ajustarse a las
transformaciones que ocurre en la realidad y para transformar a la realidad
misma.16
La
defensa de la cultura e identidad propias, ha conducido, al consenso de un
rechazo a la concepción de la Cultura como un producto aparte de la vida misma
y sus vicisitudes, desde lo más inmediato hasta lo más abstracto, como lo
señala García Canclini:
La
cultura designa, en la actual perspectiva, la dimensión simbólica presente en
todas las prácticas de todos los hombres, con lo cual a la vez que se afirma su
imbricación en lo económico y social se crea la posibilidad analítica de
distinguirla.17 La paradójica cercanía
de lo extraño instaura una nueva dinámica social: la desterritorialización; una
presencia “virtual” que prescinde ya de la simbolización territorial y se abre
a nuevos vínculos
y
reconocimientos. Se percibe, en el proceso de globalización, un
“descentramiento” y
“deconstrucción”
de la cultura occidental, propiciando un cambio significativo tanto en las
cosmovisiones como en los usos y hábitos. Así, en “este bricolage donde se
cruzan diversas épocas y culturas antes alejadas”,18 la globalización ha de pasar por el caos
inicial generado por el desborde de los límites territoriales de la cultura:
La
heterogeneidad cultural semeja la implosión de significados consumidos,
producidos y reproducidos y la desestructuración concomitante de
representaciones colectivas, los problemas de la identidad y su búsqueda, una
confusión de demarcaciones temporales, parálisis de la imaginación creativa,
pérdida de las utopías, atomización de la memoria local, caducidad de las
tradiciones.
19En
este escenario, la identidad no será ya una adversativa irreductible y
excluyente entre la tradición
y
la modernidad; por el contrario -asevera Giménez-, 20 la
interacción cultural conduce cada vez más a una reafirmación de las identidades
étnicas y regionales, la globalización
económica y la internalización de la cultura, lejos de conducir a la
liquidación de los particularismos locales y culturales, contribuirá (como ya
está ocurriendo) a su reafirmación y revitalización. 21
Tal
vez, se podrá llegar al momento en que ya no anhelemos lo otro
como algo novedoso y seductor, simplemente porque ya no será algo
desconocido.
TEXTO 2. Identidad juvenil y cultura
Sabemos
que la cultura no es un adjetivo ni un añadido accidental. Todo aquello que cae
bajo la designación de este término,
conlleva necesariamente a la vida humana dibujada por las formas simbólicas.
22
Análogamente, la cultura juvenil no es la sola expresión de “una etapa de la
vida” sino la condición de una existencia que exige tener reconocimiento, tanto
en su especificidad social como en sus producciones.
En
los textos analizados, advertimos que los autores presuponen la existencia de
la cultura juvenil, sin cuestionarse en ningún momento su posibilidad; en todo
caso, su principal preocupación consiste en realizar una buena comprensión de
sus manifestaciones. Así, Valenzuela Arce se aboca al rastreo y análisis de los
distintos tratamientos que se han dado al concepto de juventud sin señalar
explícitamente qué sea la cultura juvenil, la asume implícitamente a partir de sus producciones.
23 J. A. Pérez Islas y Luz M. Guillén 24 en un recorrido histórico del concepto
de juventud desde el siglo
XVIII,
entienden a la cultura juvenil como una “praxis” subalterna, que se define por
sus “usos” frente la las concepciones prácticas y “oficiales” del mundo. Por su
parte, Mier y Piccini 25 realizan un buen recorrido sobre la irrupción de la
cuestión juvenil a partir de la segunda mitad del siglo XX; con un tratamiento semiótico se adentran
en las dimensiones simbólicas del horizonte juvenil. Por último, Carles Feixa
propone una definición de cultura juvenil como punto de partida, refiriéndola
como “el conjunto de formas de vida y valores”. 26
Entender
la juventud como un fenómeno social y cultural, implica dejar de lado
categorías de intelección estática. La cultura juvenil se mueve en los márgenes
de la identidad, si no, perdería esta condición. En este sentido, la identidad
del joven se desplaza en los límites de la construcción significativa, de la
literalidad cultural. Es decir, no hay intelectualización ni cálculo, sino un
juego de sentidos, explosivo, indeterminado y secuencial, donde la composición
requiere de estar en el seno de la dinámica lúdica; tal como ocurre en la improvisación
narrativa del cuentero, en la secuencia indeterminada del jazz o en el reto de
“dobles sentidos” del albur. El joven no se detiene a intelectualizar la
tradición o las identidades culturales y sus discursos; sin más, las vive, las
traslada, para convertirse él mismo en una metáfora de la renovación cultural.
La
juventud como actor social y como problema de estudio hace su aparición en la
segunda mitad de nuestro siglo. A partir de ese momento deja de ser un simple
adjetivo para devenir en un
“modo
de ser”. Lo joven, de calificativo genérico, pasa al estatuto de sujeto que
como tal, demanda legitimidad y participación en las decisiones sociales,
políticas, culturales y morales. Es precisamente en el período de la
postguerra, cuando el proceso de sincretismo cultural se vuelve notablemente
dinámico a escala mundial y, junto con el crecimiento económico de los sectores
medios, es que el concepto de juventud cobra relevancia. 27
Si
la juventud es un fenómeno de posguerra, en este sentido parece inevitable
concluir que es también un fenómeno posmoderno. Las transformaciones que operan
a partir de aquella etapa como reordenamiento de la sociedad moderna,
posibilitan que el joven adquiera ciudadanía en la magnitud que implica este
último término.
En
un sentido amplio, las culturas juveniles refieren el conjunto de formas de
vida y valores, expresadas por colectivos generacionales en respuesta a sus
condiciones de existencia social y material. En un sentido más restringido,
señalan la emergencia de la juventud como nuevo sujeto social, en un suceso que
tiene lugar en el mundo occidental a finales de los años ’50, y que se traduce en
la aparición de la “micro sociedad” juvenil, con grados significativos de
autonomía con respecto a las instituciones adultas, que se dota de espacios y
de tiempos específicos.
28Este
acto de “soberbia” juvenil, que comienza con el cuestionamiento del saber legítimo postulado desde la ciencia y
las instituciones que la detentan,
29
al trasladarse al ámbito social implica que el discurso científico pierda su condición de legitimador democrático, y
sea confrontado por una participación más activa de las comunidades. En ese
sentido, el mundo vuelve a ser una representación de la voluntad y no
simplemente de la razón (Shopenhauer toma revancha sobre
Hegel).Lo que está en juego es el papel social de la
ciencia como discurso que da base y fundamento a la democracia como categoría
universal.
Este
quiebre representa al mismo tiempo un distanciamiento con respecto a las
instituciones fundadas en el proyecto de la modernidad. La razón convertida en
consigna universal deja de ser el referente de los designios comunitarios, cada
vez más específicos y regionales. Al mismo tiempo, esta fragmentación
posibilita el surgimiento de manifestaciones sociales y culturales que venían
gestándose ya en la periferia de la legitimidad sociocultural. La sociedad se
“sectoriza” y los movimientos sociales adquieren una relevancia inusitada.
Los
movimientos juveniles de la posguerra ubicados fundamentalmente en el contorno
de las universidades, expresan sin duda la primera gran ruptura con la
modernidad. Se trata de un cuestionamiento al saber identificado con el orden
social y político:
Los
estudiantes respondieron inusitadamente, con una simplicidad de sarmante y
alarmante: porque no es indispensable
ese saber acumulado, inmóvil, a renta, para decidir sobre el propio deseo de
aprender
y
sobre la naturaleza del saber admisible; porque la experiencia académica no
bastaba como criterio que ofreciera garantías para el enriquecimiento de la
gestión, más bien se mostraba como un factor quela conducía a un movimiento
torpe y esclerotizado por intereses ensombrecidos.
30No
podemos dejar de usar la metáfora psicoanalítica y ver en toda esta transformación
un nuevo parricidio: el Logos, gran padre de la modernidad, asesinado en función de la deseada autonomía
de sus hijos. En ese momento la ruptura del orden traerá consigo la explosión
de lo pulsional, de las emociones, de lo individual de lo particular y
regional, etcétera. Lo propio, lo específico dan pie a la nueva búsqueda donde la legitimidad esté
dada, no a partir de lo válido para todos, sino a partir de la identidad. Allí
lo verdadero no será un discurso, sino una afirmación y, con frecuencia
autoafirmación.
Al
mismo tiempo que es repudiado, el saber se convierte en una herramienta de
igualación con las jerarquías, las autoridades y las generaciones pasadas.
Los
testimonios de esa época nos permiten ver que no se trataba de un movimiento
dirigido por una propuesta, sino solamente por la negación.
31¿Qué
buscaban los jóvenes? Todavía es algo difícil de comprender. Sus demandas
mostraban una desproporción inaudita. ¿Cómo podría el joven cuestionar lo que
no conoce? ¿Con qué criterio podría establecer si su visión era o no la
correcta? ¿Cómo podía repudiar el orden
social y sus instituciones, si al mismo tiempo no mostraba objetivamente las
deficiencias a corregir?
Hoy
alcanzamos a ver que en ese rompecabezas de la posguerra, los movimientos
estudiantiles no fueron un fenómeno aislado. Por el contrario, adquieren un profundo sentido en
la amplitud cultural de ese momento. Sin embargo, el hecho mismo de que los
jóvenes hayan aparecido en escena, nos permite reconocer allí un desplazamiento
cultural y no, como lo señalan Mier y Piccini, de una fisura. En efecto, la
organización social urbana, cada vez menos dependiente de la estructura
familiar, agrupa a los individuos de acuerdo a sus propias condiciones o
intereses (clase, género, ingresos económicos, preferencias de uso y consumo,
estilos de vida, identidad sexual, generaciones, laborales o profesionales,
etcétera,) de suerte que el proceso de identificación opera cada vez más de
acuerdo a estas identidades colectivo-gremiales. 32
El
trabajo y la ocupación generan gradualmente un mayor impacto en las relaciones
sociales, pasando cada vez más a un segundo plano el vínculo familiar. Hoy, el
joven debe decidir cuál será su profesión, oficio y ocupación más allá de las
determinaciones parentales, quedando abierto y por consolidarse su proceso
identificatorio. El joven en este sentido, es un ente colectivo, (por eso
también, es tan proclive a la masificación).
De
esta forma, la población deviene en una interacción de fuerzas provenientes de
los grupos de identificación horizontal (similitud geográfica, genérica,
generacional, ocupacional, profesional, de intereses, por empatía, etcétera),
cada sector social demanda para sí el reconocimiento de su estatuto y
participación activa en los destinos sociales. 33 En su especificidad sociocultural, los
jóvenes son la punta del iceberg de este nuevo orden social. 34
Bajo
estas condiciones, no podemos ver los movimientos juveniles como el mero
resultado de una “crisis cultural”, antes bien, el activismo estudiantil es la
expresión de un orden social que requiere de una comprensión de la cultura, no
ya como proceso de normalización vía aprendizaje y validación, sino como una
inscripción actual y específica en cada uno de los actores sociales.
El
joven, como sujeto social, ya no admite que su vida se supedite a un futuro incierto; reclama el
reconocimiento de sus condiciones actuales. En todo caso, es su vida la que
está en juego y esto presupone conciencia.
¿Dónde
ubicar la cultura juvenil?, ¿cómo designarla y comprenderla? Los términos
utilizados
(“subcultura”,
“contracultura”, “nueva cultura”) parecen estar repitiendo el juego
“clasificatorio” de un fenómeno que no nos cabe en nuestros archivos del saber
oficial.
35Si
la reacción juvenil es entendida como contracultura, bien podría decirse que se
trata de un rechazo a las instituciones de la modernidad (Estado-instituciones,
educación-saber, orden normalidad, usos-conducta, gusto-buen sentido,
etcétera), pero no se sitúa en una acción “contra la cultura”, sino contra
aquellos saberes-instituciones que enmascaran el poder, bajo el ropaje de “el
resguardo” de los valores nacionales. Por otro lado, si aceptamos designar a
las producciones juveniles como subculturas, implícitamente aceptamos también
una concepción “desarrollista” o de
“minoría
de edad”. Como bien señala Carles Feixas, habrá que designarles
simplemente, culturas juveniles.
36La
aventura posmoderna inicia su recorrido con la proclama de la autonomía: del
individuo, de las etnias, de los grupos sociales y las subculturas. 37
Así,
de la negación (contracultura) se pasa a la autoafirmación (identificación de
la cultura con las manifestaciones específicas de una región o grupo social).
Si todo se fundamenta en la identidad y si ésta, por el principio lógico es
siempre verdadera, entonces mis pretensiones ya no podrán ser refutadas: lo
falso ya no será lo erróneo sino lo inauténtico.
Irónicamente,
la ruptura con la modernidad lleva hasta sus últimas consecuencias el postulado
del autor más típicamente moderno: Descartes. Podemos negar todo orden, toda
jerarquía
y
valoración, cuestionar todo constructo social, pero hay algo que permanece, que
apunta hacia la propia posibilidad de mi cuestionamiento o rechazo; se trata
del sedimento significativo con el que el mundo entra en juego: la propia
identidad. Así, cartesianamente, la invasión del desorden tiene un riesgo
calculado: todo podrá ser reconstruido a partir de eso que yo soy. Pero todo
parricidio también deviene en culpa: la pérdida de la inocencia y su
consecuente nostalgia expresada en el cinismo de lo ya visto. Después de la
euforia y de la orgía de las pulsiones queda un remanente de desconsuelo. La
exaltación de la identidad trae consigo el castigo del desamparo.
Con
la conquista de la autonomía viene aparejado el fardo de la autodeterminación.
Hemos ganado el derecho a la expresión y a la decisión a partir de lo que
somos; sin embargo, queda al descubierto la necesidad de descifrar nuestra
identidad y a partir de ella, decidir lo que haremos con nuestras vidas.
En
efecto, la afirmación de lo específico,
de lo peculiar, permitió rescatar a la cultura vivida como el referente único
de toda experiencia originariamente culta. Pero al mismo tiempo, el lo implica
que los parámetros de comparación y de ejemplaridad ya no tengan validez. Ya no
podemos preguntarle al otro hacia dónde podemos dirigirnos, porque eso
solamente puede ser respondido desde la indagación de lo que somos. Más allá de
las discusiones que se han presentado entre el sostenimiento de la cultura
popular frente a la alta cultura, está sin duda la tarea de decidir sobre la
propia concepción de cultura, sin caer en la incapacidad definicional producto
del absurdo Peculiarísimo. Esto significa que la experiencia cultural debe
moverse en los márgenes de lo externo
y
lo interno, pues en este sentido, la cultura es el roce de la contradicción que
nace en la afirmación misma de la identidad frente a lo otro.
Esto
desde luego se torna más radical si lo pensamos en términos de una cultura
juvenil. De la misma manera que la cultura regional reclama para sí todos los
atributos de la cultura, los sectores sociales juveniles reclaman para sí su
autonomía y reconocimiento. El rechazo generalizado a la teoría del desarrollo,
producto de las categorías universales de la maduración y plenitud del ser,
tanto en el orden biológico como psicológico y social, y que habían sido aplicadas tanto al
desarrollo del individuo como al de los pueblos y las sociedades, conlleva
necesariamente a la condena de toda conducción social sustentada desde la
calificación de “minoría de edad”. El ordenamiento social sustentado en el
“desarrollismo”, es decir, en el reconocimiento a partir de la mayoría de edad,
se desarticula frente a las demandas de reconocimiento de las diferencias tanto
individuales como sociales y culturales. Así, como la mujer exige para sí el
mismo trato y participación social y, se reconocen los derechos infantiles, los
jóvenes exigen ser reconocidos como sujetos activos de sus destinos sociales.
Los
movimientos estudiantiles son la primera reacción en cadena a inicio de la
globalización: 38 no se trata de procesos
de imitación o de circunstancias similares. Es una rebeldía contra el status
quo, buscando la participación activa e incluso deliberativa.
Ahí
parecieron confluir los órdenes para devolver su imagen a esa juventud que en
un momento dado había dado muestras de una conducta que lo inscribía en la
categoría de los actores sociales autónomos.
39Más
allá de lo escandalosa que pudo parecer la conducta de los jóvenes en esos
momentos, como he señalado no se trataba de un movimiento intelectualizado. La
liberación pulsional no es una expresión de ruptura, ni generacional ni
cultural, más bien se presenta como invasión de los espacios formales
transformados en espacios lúdicos.
...
el análisis de todos los comportamientos juveniles habla elocuentemente de un
proceso incesante, carente de márgenes de contención durante el cual los
jóvenes se sumergen y se apropian del vasto conjunto de saberes.
40
Si, como pensamos se trata de una afirmación de la identidad, su consecuencia
inmediata será la autenticidad como único mecanismo de validación. Lo auténtico
viene a sustituir lo verdadero.
Pero
en este caso, lo auténtico no está referido de modo inmediato a la fidelidad
con la tradición, sino a lo primario, a lo no envuelto con ropajes de la
sofisticación. En este sentido, se dirige a lo instintivo y pulsional, a lo
dado “por naturaleza”, a eso que no ha
sido desviado o coartado por la arbitrariedad humana. Todo límite es entonces
represión y encubrimiento de poder.
Liberar
el cuerpo, es ganar el primer territorio de autenticidad y, en consecuencia, de
identidad.
La
frontera entre la libertad sin restricciones y la transgresión se hace casi
imperceptible.
Pero
el escándalo se cotidianiza. Las jóvenes podrán mostrar de aquí en adelante su
cuerpo teniendo como única restricción la moda o los límites de la seducción
(según sea el caso o la preferencia). La informalidad en el vestir y en el
hablar será uso común en las zonas urbanas. La mayoría de los espacios de
convivencia serán ya una prolongación doméstica e informal. Las celebraciones
dejarán de lado un protocolo rígido y preestablecido. Lo espontáneo es más
auténtico porque acaba con el disimulo.
Las
conquistas juveniles se convierten en
patrimonio universal de la nueva conducta social.
El
modo de vida, al ritmo y a la manera de la juventud, deviene en paradigma de la
vida productiva
y
placentera. Esta “plenitud juvenil” tiene un lado oscuro. De una generación a
otra, la tolerancia suele traducirse en permisividad. El joven tiene derecho a
experimentar con su cuerpo, con el orden, con su ropa, sus amores y amistades,
con el lenguaje y sus expresiones. Esta permisividad le dio al joven el
estatuto de transgresor con licencia.
En
todo caso, parece que todavía no logramos comprender, en su real magnitud, todo
lo que implica la irrupción del “fenómeno joven” como sujeto social. Será
necesario “abrir terreno a la nueva cuestión juvenil”, como advierte Carlos
García de Alba
41 para alcanzar a sopesar el verdadero alcance de las
transformaciones culturales contemporáneas